Revista Salud y Bienestar Colectivo ISSN 0719-8736
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La migración en cuarentena: Una aproximación a la noción de sujeto político en
tiempos del bienestar digital
Quarantine migration: An approach to the notion of a political subject in times of
digital well-being
Phd. Alejandro Ochoa Arias
Académico Investigador Instituto de Gestión e Industria. Universidad Austral de Chile.
Puerto Montt.
Miembro del Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa. Universidad de Los
Andes. Mérida. Venezuela.
alejandro.ochoa@uach.cl
ID ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8464-7108
Cómo citar este artículo: Ochoa Arias, A. La migración en cuarentena: Una aproximación a
la noción de sujeto político en tiempos de bienestar digital Salud y Bienestar Colectivo.
2020; 4 (2), 1017.
Resumen
A partir de la primera pandemia experimentada en simultáneo a nivel global, se postula una
reflexión sobre el sentido de las respuestas en el contexto de la sociedad global del 2020. Dos
reflexiones se entretejen en este escrito. La primera tiene que ver con el proceso de despolitización
y des-ciudadanización que se puede experimentar en momentos como los actuales en los cuales una
crisis de legitimidad se cruza con una situación que demanda un estado de excepción. La segunda
reflexión tiene que ver con el establecimiento de la manifestación tecnológica del ser humano como
signo vital para su cuidado control. Se concluye conjugando ambas reflexiones en torno a la
constitución de un nuevo dispositivo social humano en el aparato productivo y de seguridad en el
presente.
Palabras claves: Migración; Ciudadanía Digital; Derechos; Biopolítica.
Abstract
At the emergence of a first contagious disease experimented almost simultaneously around the
globe, a reflection on the meaning of the responses from the national states and the global society in
2020 is presented. There are two threads intertwined. The first one is a process of de-politization
and loss of citizenship that can occur at the time that state of exception are considered as the
appropriate answer in societues facing legitimacy crisis. The second one is referred to the
establishment of a technological-driven approach of human being as subject of care and control.
Both reflections are merfed around the appearance of a new social-human device in the productive
and policy making at the present.
Keywords: Migration, Digital Citizenship, Rights, Biopolitics.
Introducción.
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La explotación mediática de una enfermedad que ocurre en simultáneo en todo el
planeta y el impacto de tener amplios sectores de la reproducción material y social en
situación de parálisis abre una instancia para que el pensamiento pueda florecer de un modo
menos comprometido con lo productivo y más empeñado en preguntarse por el aquí y ahora
en una clave de trascendencia temporal precisamente por la cercanía de la finitud. Este
paréntesis para pensar tiene referentes en trabajos como los de Beregovenko, Agamben et.
al, y Dussel
(1,2,3)
Se experimenta un quiebre cultural propio de la modernidad tardía. A saber, se trata
apenas de un instante en que la idea fundante del progreso se tropieza con sus límites de un
modo que muestra el fracaso de la idea del progreso como linealidad histórica. Este quiebre
de legitimidad del discurso moderno ocurre cuando en planos menos profundos, se dan
problemas de legitimidad política en los distintos sistemas políticos que ocurren en
América Latina (golpes de estado, estallidos sociales y fractura de los mecanismos de
integración política).
Una figura que va recorriendo el continente en estos momentos y que da lugar a un
espacio de indagación es la migración. En buena medida, porque constituye un proceso de
súbito crecimiento, de razones múltiples y que finalmente se justifica con la razón última de
la modernidad: el progreso. La migración en el continente ha estado signada por sociedades
devastadas por conflictos bélicos internos (habilmente manejada por los medios de
comunicación dominantes) hasta procesos de migración en procura de bienestar económico
anclado en la doctrina liberal del mercado (caso de migrantes profesionales de diversas
nacionalidades pero con la migración venezolana constituyendo una importante presencia
en Chile). La aparición de la pandemia y las respuestas desde los estados nacionales
anclados en la declaración de estados de excepción, dan lugar a varias interrogantes. En
particular, interesan dos: 1)¿Cómo interpreta la población migrante a los procesos de
estados de excepción que ocurre en ámbitos donde su ejercicio de ciudadanía está en
proceso de construcción?. 2) ¿Cómo entender la construcción del cuidado de la vida,
cuando no se es parte del colectivo que se cuida? La respuesta a ambas preguntas las
estaremos vinculando con la condición de dispositivo productivo del migrante y la
virtualización del ejercicio ciudadano que conjuga al migrante y al excluido en una
categoría de ciudadano desplazado.
Migración y el estado de excepción.
El proceso social de construcción de “amigos y enemigos”, hasta hace poco estuvo
constreñido al ejercicio de las diferencias con otros como nosotros y cuya identificación era
relativamente fácil en términos de los códigos con que operamos los humanos, se ha
trastocado. En el presente, la aparición de un “enemigo” que puede habitar en cualquiera de
nosotros sin que los sepamos, implica un proceso de detención y en particular, de
localización y confinamiento en espacios físicos controlados por los estados de excepción
que cada sociedad define y tiene potestad de ejercer. Ante una circunstancia biológica, se
impone un discurso bélico y una respuesta desde la soberanía del estado
(2)
.
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Para el migrante, este proceso de “suspensión” de la sociedad en la cual se
encuentra le hace doblemente foráneo. Por un lado, ya es un individuo que se incorpora a
una sociedad en condiciones que son distintas a las consideradas naturales en esa sociedad.
Su condición de ciudadanía requiere de un proceso de tránsito y adecuación diferente a las
formas de construcción de ciudadanía de los nativos en los cuales los modos de
reproducción social y simbólicos juegan un papel importante. Pero ahora, su condición más
universal y sobre la cual se construye su capacidad de acoplarse e integrarse a la sociedad,
sufre un revés en la condición individual de ser un objeto sobre el cual se ejerce y desde la
cual se ejerce el poder: su condición biológica.
La población migrante reconocida como una fuente de generación de riqueza y de
competencia en el mercado laboral, se constituye ahora en una amenaza desde la línea
básica de su condición biológica. Si bien las dos primeras pueden absorbidas y justificadas
racionalmente en términos de los valores de la libre competencia y la igualdad de derechos,
la última plantea una relación incómoda: ¿Podrá una sociedad con un crecimiento súbito en
su población, hacerle frente a una situación biológica extrema? ¿Cómo impacta esto en lo
que concierne al sistema de salud?
(4)
. Esto último es particularmente relevante porque es
precisamente en el ámbito de la salud que se hace evidente el retorno de lo que nunca se
había ido pero que se había podido controlar políticamente: el poder sobre la vida que
ejerce soberanamente el estado.
El estado de suspensión de la vida productiva ha acarreado un proceso de reflujo de
migrantes que pone al desnudo no sólo la naturaleza excepcional del regimen jurídico de
los derechos ciudadanos e incluso humanos, sino además, la alta precarización del empleo
en muchos migrantes que destaca su carácter de población que flota entre la legalidad e
ilegalidad y la suspensión del disfrute de los derechos por decisión voluntaria de los
afectados. La naturaleza de esta decisión obligada por las circunstancias sugiere un tácito
acto de libertad que va en sentido contrario al ejercicio de la libertad moderna. Se trata de la
libertad de aceptar la excepcionalidad de no ser sujeto político para poder tener acceso a
una vida biológica. El ser humano por una razón biológica desiste de su condición política.
Esto plantea un quiebre singular para la idea de poder que ya ha sido alertada por Foucault
(5)
y desarrollada por Agamben
(6)
en términos de la biopolítica como espacio de control
político. Pero, puesto en el escenario en el cual ahora se despliega el estado de excepción,
la amplitud de lo político se ve sometida a dos fuerzas que la constriñen. La primera es la
suspensión voluntaria de la condición política de individuos y la segunda, la suspension de
los derechos por el ejercicio político del decreto de excepción ante una situación devenida
desde la condición biológica.
El estado de excepción aparece acá con un fundamento que no responde a la idea de
un poder soberano que se ejerce desde una potestad jurídica o política. Su fundamento es
realmente externo a lo que entendemos por el ejercicio político pero que al así operar se
inaugura como instancia de debate político. El soberano ha sido empujado a decretar un
estado de excepción que lejos de sostener su ejercicio político, lo debilita. Una debilidad
que viene de la puesta en evidencia la condición de vulnerabilidad a los poderes fácticos
asociados a la riqueza y a la relación productiva como la base para la legitimidad del
gobierno. La suspensión de la economía por una razón que no es económica ni mucho
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menos, devenida por la amenaza de la reproducción de riqueza por fuerzas humanas
externas, parece una distopía para la dimensión económica que parecía estar en un lugar
seguro. La incesante presión para acabr con la suspensión de las actividades que ahora se
revelan como no esenciales, así lo prueba.
Esta circunstancia de la suspensión de la economía por razones no vinculadas a la
guerra sino de la inescapable condición de cohabitar con una manifestación biológica
invisible como “enemigo” pero elocuente en sus consecuencias, no pasa desapercibida para
la población en tránsito que hemos definido como políticamente vulnerable. Su
vulnerabilidad deviene en no ser ciudadanos a plenitud y en desempeñarse en oficios que
son considerados inferiores o indignos. Además, en su condición de inestabilidad en su
status como ciudadanos se encuentran en relaciones económicas frágiles (trabajo en
ilegalidad con mercado restringido) y en condiciones sanitarias desventajosas. La población
migratoria se queda entonces en una especie de tiempo detenido en el cual toda acción
puede ser un acto definitivo sobre su status precario
(4)
.
El migrante en un estado de excepción no sólo queda marginado como el resto de la
población del disfrute de algunos de sus derechos. Además, se le hace evidente la ausencia
de arraigo cultural y simbólico. Se constituye así en un sujeto político peculiar: sin
demandar derechos va emergiendo en los espacios donde se desarrollan actividades
esenciales, las propias de la sobrevivencia de todos. Las tareas de limpieza, recolección de
cosechas y aquellas propias de la seguridad material que fueron desplazadas de las
relaciones laborales estables y anheladas, son ahora las únicas que no se pueden postergar.
El migrante, políticamente hablando, brilla por su ausencia en el debate político. Pero el
revelado es aún más descarnado. Incluso los ciudadanos con pleno derecho también
experimentan en carne propia la suspensión de sus propios derechos. El círculo se ha
cerrado ahora. Porque se enuncia en este momento, lo que se va construyendo como un
espacio diferente para el ejercicio de la ciudadanía anhelada pero que ya va mostrando sus
límites.
La constitución del espacio político y su ejercicio desde la dimensión virtual ha
experimentado un proceso de aceleración importante porque ha sido precisamente ese
espacio y sus condiciones los que han sido objeto de atención privilegiada: tele-educación,
tele-trabajo, tele-medicina son pruebas no solo de respuestas ante una crisis sanitaria sino
que son tendencias que van delinenado las posibilidades de la sociedad contemporánea.
Estamos en los albores de la ciudadanía digital. En este caso, la migración ya no es un
asunto de nacionalidades sino de acceso. Se revela una migración hacia lo digital. El nuevo
sujeto de derechos, es un sujeto sin cuerpo.
La ciudadanía digital como espacio de legitimidad tiene poco sentido si no se
reconoce el valor de quienes realizan las labores esenciales y la necesidad de reconocerles
su dimensión política. Lo cual nos plantea el escenario futuro de un espacio de ciudadanía
digital y las existencia de los “inaccesibles” que sostienen con su trabajo el metabolismo
basal de la sociedad. ¿Cuál es el espacio del ejercicio ciudadano digital? ¿Que noción de
bienestar le es compatible?
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Ciudadanía digital: entre el virus y el teletrabajo.
Los esfuerzos por transformar la conducción de la sociedad tanto en los procesos
productivos y los actos de gobierno fundado en los procesos tecnológicos de la información
sufren una curiosa dislocación con la aparición de una amenaza biológica que impone por
la vía de los hechos, lo que se entendía era un proceso paulatino, controlado y planificado
de virtualización de la sociedad en su totalidad
(7)
.
De este modo, abruptamente se encuentra la sociedad en un tiempo que nos limita al
espacio privado, a quienes tienen la posibilidad y privilegio de contar con el de forma real,
concreta y con condiciones de holgura que ahora no sólo hacen evidente la condición de
privilegio sino que las muestra frágiles. Esencialmente quienes están en condiciones de
mantener el distanciamiento social que se ha impuesto como la única medida profiláctica
efectiva por ahora, pueden separarse del rebaño de la sociedad global sin sufrir del
ostracismo. En este escenario, ocurre una inversión de los espacios público por el privado.
El acceso privilegiado al espacio público desde la condición de suficiencia de recursos que
se instaura en la polis griega y que se mantiene con pocas variantes hasta el presente, da
ahora un paso al costado para que la presencia de lo público se haga desde lo privado. El
despliegue de modalidades de vinculación virtual entre amistades, familiares, pero también
en afinidades de carácter ideológico y político, “eleva” el espacio público de las formas
concretas del encuentro físico a lo virtual o al info-espacio. Este proceso tiene a diferencia
de lo que ocurre con la presencia de los medios de comunicación y su explosión y
corporativización que sigue dominando hasta el presente, un carácter único: Es el
ciberespacio desde la individualidad y subjetividad el lugar de recreación de lo político. Los
actores políticos se virtualizan y en este proceso la ciudadanía pierde cuerpo y espacio para
constituirse en red y flujo
(8)
.
El ejercicio ciudadano entonces se hace doméstico porque el lugar de enunciación y
el lugar desde el cual se piensa, es el espacio privado. Se ajusta entonces el ejercicio
ciudadano a una nueva forma que es contradictoria: Desde la prioridad de la vida
individual, cada quien demanda una respuesta colectiva que requiere el cuerpo y
compromiso de otros a quienes no les reconozco igualdad e incluso se coloca en entredicho
ese derecho más básico de preservar la vida. Esto no sólo corresponde a los trabajadores de
la salud sino a todos los trabajadores que están exentos del estado de excepción.
Ante esta circunstancia, la ciudadanía digital se ha potenciado ante la presencia del
coronavirus por la transmutación del reclamo y el cumplimiento de los deberes
(esencialmente los tributarios) a través de las plataformas digitales y por otra parte, la
aparición de una nueva clase trabajadora que tiene ahora un status aún de mayor privilegio:
el teletrabajo. El poder seguir disfrutando de la condición de empleado en medio de la
pandemia y, al mismo tiempo, encontrarse en una condición de protección anhelada por
todos y alcanzada por una porción no necesariamente mayoritaria, genera una brecha que
demanda ser revisada desde otras ideas-fuerza asociadas al modo de ser ciudadano virtual.
La condición humana ya fragmentada entre ciudadanos y no ciudadanos sufre una fractura
entre ciudadanos digitales y aquellos otros que ya no pueden alcanzar ese status. Pero hay
más, porque bien pudiera entenderse que estamos en presencia de una condición
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extraordinaria y contingente. Pero, ¿Qué esperar si esta condición en lugar de ser
excepcional se constituye en la nueva normalidad?
(8)
Algunos antecedentes permiten suponer que la condición de crisis en este momento
particular denota una encrucijada que bien pudiera entenderse como oportunidad histórica
para la consolidación del ser humano como una entidad cuya referencia en orden político se
limita a la condición de dato/información y, en ese sentido, estarían algunas sociedades en
los albores de un ejercicio ciudadano exclusivamente digital
(9)
. La razón ya no sólo se
referirá a la imposición del distanciamiento social sino a la preeminencia del dominio
digital como espacio de intercambio de ideas y consideraciones sobre lo que es la
definición de lo político. La desaparición de la multitud por el acto de su ausencia en las
plataformas digitales permitirá resolver en espacios de disputa virtual los mecanismos de
gobierno del territorio. La aparición del estado policial será ahora no una respuesta
autoritaria sino la construcción más apropiada para una ciudadanía que ha naturalizado el
distanciamiento social como la forma en la cual la especie humana ejerce su sobrevivencia.
Esta re-construcción de la naturaleza del ser humano donde lo colectivo es un espacio de
potencial peligro o amenaza significa un giro más en la reconstrucción de la naturaleza del
ser humano en el mundo. Si en el siglo pasado Ortega y Gasset concedia al ser humano, la
construcción de una segunda naturaleza que hace acogedora la primera. En esta
oportunidad, lo que ocurre es el vaciar de sentido la naturaleza como una categoria
ineludible del ser humano. Se impone una nueva “naturaleza” para la sobrevivencia
individual y en la cual el otro es amenaza, incluso en términos biológicos. En este
escenario, la pregunta que cabría hacerse es sobre el sentido de la preservación de la vida
como un problema político. En elaborar un posible escenario sobre este reto que
corresponde más a la especulación que a la definición de políticas, será atendido a
continuación.
El bienestar digital como vida útil.
La pregunta por preservar la vida en términos políticos en una sociedad
individualizada y digitalizada comporta la pregunta por aquello que se puede hacer en base
a las nuevas regularidades que se van haciendo legítimas en ese nuevo espacio. La
definición de los espacios de interacción y construcción de legitimidades digitales va
soslayando el espacio concreto cuya existencia requiere ser continuamente reforzada y
recordada en los espacios digitales. El reemplazo de lo “real” por lo “digital” va dar lugar a
una virtualización de las acciones. Las acciones tienen sentido si pueden ser digitalizadas y
compartidas por los espacios digitales porque lo real acontece si puede ser digitalizado. En
esas condiciones, el bienestar deriva en la posibilidad de mostrar el dato que confirma la
condición de bienestar. La condición de vida saludable será la de vida útil y esa vida debe
manifestarse en el caso concreto de la realización digital. Así, comienza a entenderse a la
proliferación de actos simbólicos, seguramente muchos con intención sana, de
reconocimiento a los trabajadores que se desempeñan en los espacios concretos de la
materialización corporal. Son actos que adquieren su realce si son hechos “públicos” en las
redes sociales. No obstante, en la práctica “real” y corporal, se hace común la aparición de
prácticas del ostracismo y la emergencia del otro como amenaza, lo cual plantea la
disyuntiva clara de que el proceso de virtualización llevado al extremo va conduciendo
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paulatinamente a considerar a todo otro como un dispositivo de uso y no primariamente
como humano. La idea de bienestar así considerada, nos conduce al otro extremo del
péndulo que se mueve en el plano del individualismo, es aquel referido a la libertad: La
libertad de poder imponer al otro la condición de dispositivo útil. El bienestar juega así una
paradójica escisión política. Por una parte, en el clamor por la libertad de proseguir con la
actividad económica y relajar las medidas del distanciamiento social viene acompañada de
la prudente distancia social, la que siempre han practicado, de los poderosos. Por la otra, el
bienestar de las mayorías excluidas que se ven ahora obligadas a tener que arriesgar la vida
para poder vivir. Allí, en el ejercicio de la libertad de unos para seguir acumulando y la no
libertad de tener que trabajar arriesgando la vida, para no morir de hambre, aparece la
inevitable pregunta sobre lo que serán las políticas ancladas en la vida como objeto de
gobierno. Las respuestas que aparecen son no sólo insuficientes para lo inmediato sino que
además, van configurando un horizonte de posibilidades en el cual, más que administrar las
condiciones para la vida en colectivo, se trata de administrar la muerte de aquellos que son
accesorios para la vida de otros.
Construir el escenario del ser humano como un objeto con “obsolescencia
programada” definida en términos de su exposición a una condición biológica invisible, es
quizás la prueba inocultable de un nuevo espacio político en el cual, al haber suspendido el
cuerpo, ese testigo irrenunciable de la vida, se entiende que probablemente todo proyecto
colectivo requerirá anclarse en la posibilidad de ser subjetivamente aceptado e
individualmente validado, para poder iniciar el camino hacia respuestas colectivas. Este
camino luce poco probable si el individuo sólo aprendió al cálculo estratégico para la
participación política.
El escenario así dibujado demanda volver al término de la migración en cuarentena.
Debiera resultar evidente que en la constitución larvaria de un nuevo orden político, las
condiciones de migración han dejado de ser un problema de nacionalidad para convertirse
en un tema de capacidades instaladas en términos de poder ser parte de las redes y flujos de
datos donde se construye y valida la idea de bienestar y de futuros posibles para la
humanidad. Esta condición migratoria es doblemente compleja en América Latina donde el
migrante y el excluido se confunden en espacios de invalidez política. Probablemente, la
expectativa de reconocernos como dispositivos y considerar cuánto de eso hace sentido
para la vida humana que ahora luce particularmente delgada, definirá el espacio en el cual
lo político podrá ser de nuevo una invención de lo humano como construcción
omniabarcante, o por el contrario, la derrota final de lo humano como idea-fuerza y la
imposición de la forma tecnológica de entender a la especie en un acto de libertad radical
frente a la esclavitud radical sin posibilidad de reconocerse como maestro o esclavo: el
punto final del ejercicio de la reflexión como acto humano.
En lugar de la conclusión
En este artículo se ha desplegado un posible sentido del presente desde la condición
de situación del migrante y la evidencia de su status político de precariedad para ir al
encuentro del estado de excepción originado por una condición biológica que impone al
soberano condiciones n desconocidas en términos de sus consecuencias. Al confrontar el
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papel que han jugado las redes sociales se avanza en la condición no corpórea del sujeto
político que ahora se concibe como datos y flujo. En estas circunstancias, se ha planteado
que para estar bien en esa sociedad, se demanda el dato como condición primaria a
cualquier otra. Se concluye avizorando un mundo fragmentado en mayor medida donde el
valor de tener acceso y usar la información concede el status de ciudadano digital. Se
muestra que tal condición es insuficiente para la preservación de la especie humana.
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