Revista Salud y Bienestar Colectivo
Mayo-Agosto, 2021. Vol 5, Nº 3 ISSN 0719-8736
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LA EPIDEMIOLOGÍA, DISCURSO Y SABER
Analysis of health systems as political systems
Adrián Buzzaqui Echevarrieta. Psicoanalista, Doctor en Sociología.
abuzzaqui@yahoo.es
Ex profesor asociado en Departamento de Salud Pública de Universidad de Alicante,
España
Recibido: 15.03.2021
Revisado: 01.04.2021
Aceptado: 11.04.2021
Cómo citar este artículo: Buzzaqui, A. La epidemiología, discurso y saber. Salud y
Bienestar Colectivo. 2021; 5 (3): 61- 88.
Resumen
A partir de la segunda mitad del siglo XX, la dimensión del lenguaje y la palabra fue
tomando un lugar central en las reflexiones filosóficas y políticas en diversos ámbitos
(tanto en Europa como en América del norte y del sur). Entre ellos, en el campo de la
medicina, tanto en su ejercicio clínico como en sus derivaciones de orden social: el
campo de la salud pública, las intervenciones epidemiológicas, comunitarias, etc.
Surgió una crítica a la hegemonía del pensamiento científico. Frente a eso, diversas
propuestas desde otros campos del saber se fueron incorporando al debate en el campo
teórico, y en el político. Un debate entre la ciencia y sus aplicaciones frente a otras
perspectivas de saber.
Eso dio lugar a diversas prácticas conocidas bajo diversos nombres: medicina social,
nueva salud pública, antipsiquiatría, etc. (parte del desarrollo creciente del psicoanálisis
se inscribe en este conjunto), todas ellas críticas con la hegemonía indiscutible hasta ese
momento del positivismo científico, que se postulaba como el único saber válido.
La perspectiva iniciada por Foucault, luego seguida por muchos otros pensadores e
investigadores, abrió un cuestionamiento de esa hegemonía de las ciencias y una
valoración de otras perspectivas de saber, no científicas, pero con una validez que se
imponía en las prácticas sociales.
El campo del saber, investigado mediante lo que denominó “arqueología del saber”
analiza esa dialéctica, mediante la producción de una serie de teorías y conceptos
precisos: discurso, enunciado, archivo, entre otros. Ciencia y saber aparecen entonces
como prácticas diferenciadas, en una relación compleja y plena de controversias
fundamentales.
A todo ello se agrega la “genealogía del poder”, una dimensión del poder y la política
profundamente imbricada con el campo del saber, que permitió que los análisis de las
prácticas se conmovieran y renovaran de forma radical.
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La propuesta foucaultiana concluye indagando en las posibilidades de lo que llama
“saberes sometidos” de no ceder ante las explicaciones universalistas -propias de la
ciencia- para dar cuenta de los procesos humanos. Propugna entonces un desarrollo de
los discursos críticos, que frente a los saberes eruditos -propios de la ciencia y sus
instituciones- puedan sostener la emergencia de un “saber histórico de las luchas”.
Palabras clave: Ciencia, Saber, Discurso, Archivo, Arqueología del saber, Genealogía
del poder.
Abstract
Since the second half of the 20th century, the dimension of language and the word has
been taking a central place in philosophical and political reflections in various fields
(both in Europe and in North and South America). Among them, in the field of
medicine, both in its clinical practice and in its social derivations: the field of public
health, epidemiological and community interventions, etc.
A criticism arose against the hegemony of scientific thought. In response to this, various
proposals from other fields of knowledge were incorporated into the debate in the
theoretical and political fields. A debate between science and its applications versus
other perspectives of knowledge.
This gave rise to various practices known under different names: social medicine, new
public health, anti-psychiatry, etc. (part of the growing development of psychoanalysis
is inscribed in this group), all of them critical of the undisputed hegemony up to that
time of scientific positivism, which was postulated as the only valid knowledge.
The perspective initiated by Foucault, then followed by many other thinkers and
researchers, opened a questioning of this hegemony of the sciences and a valuation of
other perspectives of knowledge, non-scientific, but with a validity that was imposed on
social practices.
The field of knowledge, investigated through what he called "archeology of
knowledge", analyzes this dialectic through the production of a series of theories and
precise concepts: discourse, enunciation, archive, among others. Science and knowledge
appear then as differentiated practices, in a complex relationship full of fundamental
controversies.
To all this is added the "genealogy of power", a dimension of power and politics deeply
intertwined with the field of knowledge, which allowed the analysis of practices to be
radically moved and renewed.
Foucault's proposal concludes with an inquiry into the possibilities of what he calls
"subjected knowledges" of not yielding to universalist explanations -proper of science-
in order to account for human processes. He then advocates a development of critical
discourses, which, in the face of erudite knowledge -proper to science and its
institutions- can sustain the emergence of a "historical knowledge of struggles".
Keywords: Science. Knowledge, Discourse, Archive, Archaeology of knowledge,
Genealogy of power.
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¿Qué valor tendría el empeño de saber si sólo
proporcionara la adquisición de los conocimientos,
y no, en cierto modo y en la medida de lo posible, el
desvarío del sujeto que sabe?
Gilles Deleuze
A partir de la segunda mitad del siglo pasado, se dio una profunda transformación
en las prácticas sociales, políticas y económicas de Occidente. Quizá gestada desde
mucho tiempo antes, pero precipitada por la experiencia de la segunda guerra mundial.
Comenzó una profunda renovación tanto en el campo de las ciencias sociales
como en la filosofía. Se abrió el campo de la lingüística, el surgimiento del
estructuralismo, la renovación del psicoanálisis y nuevas propuestas en la filosofía
política. Por otra parte, hubo una renovación también en las prácticas políticas. Desde
movimientos críticos que buscaban un cambio en el sistema liberal hasta experiencias
de poder en diversos lugares. Este giro, tanto en lo referido al saber, así como también a
diversas prácticas políticas, mantiene hoy su presencia. Lo propuesto por diversos
pensadores investigadores tuvo una consistencia suficiente como para constituir los
puntos de referencia teóricos e ideológicos que mejor buscan dar cuenta de la
actualidad.
En estas notas indagaremos en algunos temas y problemas que parecen pertinentes
en estas reflexiones en relación con la epidemiología. Cabe aclarar sin embargo que no
realizaremos una aplicación de conceptos al análisis de las cuestiones epidemiológicas,
pues eso excedería la extensión del texto. En otro artículo, actualmente en prensa, puede
verse un desarrollo temático e historiográfico de lo que vamos a desarrollar aquí (1). En
esta ocasión, el interés está puesto en proponer una serie de temas y cuestiones que
colaboren en la tarea reflexiva propia de los epidemiólogos.
1- Introducción
La Epidemiología es s antigua que las teorías sobre los discursos que intentan
dar cuenta de esa práctica. Y esto, que no es más que algo obvio, en este caso tiene su
importancia. Pues la “lectura” de la Epidemiología en tanto discurso (con sus diversas
determinaciones) no es sólo una lectura crítica de la propia disciplina, sino que se
traduce en diversos proyectos críticos acerca de sus formulaciones conceptuales y de sus
prácticas efectivas.
Epidemiología y discurso, tales son los sintagmas principales que abordaremos en
este artículo: una práctica con varios siglos de existencia y una teoría crítica cuyo origen
data de mediados del siglo pasado. Una práctica discursiva y un conjunto de teorías
sobre el orden discursivo.
Para diversos historiadores, la epidemiología como un conjunto de saberes
disciplinados encuentra sus inicios en el siglo XV. Se trata de un origen forzado por una
interpretación benévola, y en todo caso responde al intento de colocar un origen más o
menos situable. Y como todos los orígenes de prácticas colectivas que han llegado a
constituirse como discursos (o una parte importante en alguno de ellos) se adjudica un
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origen mítico. O sea, no verdadero, pero que sirve como verdad de inicio. Así
encontramos relatos historiográficos que hablan de esbozos de la epidemiología ya en la
Grecia clásica y en la época medieval. Se coloca así un origen mítico y religioso, que
tiene un valor para cualquier análisis actual, cuando se pueden rastrear, en diversas
prácticas, ecos de aquellas épocas.
Entendido como una práctica discursiva, la Epidemiología tiene otro origen. Más
prosaico tal vez, pero más pertinente.
La epidemiología es un invento de la Modernidad. Más aún, en términos precisos,
es un invento biopolítico. Un invento que responde a una configuración del poder donde
éste se hace cargo de la vida, donde el poder consiste en administrar la vida.
Y por ello, hay dos dimensiones que son fundamentales en el discurrir, en la
existencia de la Epidemiología: la política y la salud. La política, como una práctica que
desborda siempre sus límites y la salud, una noción definida por su vacío. Precisaremos
estas dos dimensiones fundamentales para este análisis de la epidemiología en su
dimensión discursiva.
La política, que trabaja a partir del desacuerdo y de la búsqueda de la igualdad
conforma una dimensión fundamental de la epidemiología, en la medida en que ésta
requiere de una práctica específica referida a los individuos y a las comunidades. Es
decir, una intervención precisa en el ámbito colectivo o social. Y la política, justamente
es una práctica sustentada en la confrontación de clases, grupos y proyectos diversos.
La otra dimensión, la noción de salud, se inscribe en otro plano. Dimensión
enmarcada en el paradigma científico, de la ciencia, ya sea en la medicina o, como en
algunos casos, en las ciencias sociales. Y también se sustenta en el orden propiamente
singular de cada individuo. Desde la propuesta de la salud no como un concepto
científico, sino vulgar (popular) y filosófico hasta los análisis que enfatizan en el
carácter normalizador y homogeneizante de las propuestas de la medicina, la salud
excede (en más y en menos) el campo propio de la práctica clínica.
En la medida que el concepto de salud (y las prácticas que le son propias) no
forma parte del corpus científico, sino que está inmerso en las propuestas filosóficas y
vulgares (populares e ideológicas), puede admitir lecturas críticas que, si bien no son
científicas, no por ello son carentes y se apoyan en saberes consistentes. Aquí la
referencia la constituye la presencia inestimable de Georges Canguilhem, cuyos aportes
están a la base de los análisis críticos sobre las prácticas de salud y enfermedad, entre
ellas las propiamente epidemiológicas (2, 3).
En la actualidad, época de la sociedad disciplinaria y de la biopolítica, la
consideración de la epidemiología como un discurso, como un conjunto de prácticas
discursivas, puede permitir una “lectura” crítica de su quehacer. En este artículo
esperamos aportar elementos para esa lectura.
Su pertinencia, por un lado, pedagógica, también se extiende a la importancia de
tener en cuenta la efectividad de nuevas prácticas que, participando del universo propio
de las ciencias, también inciden, de forma directa, en las políticas que desarrollan los
Estados en relación con esa ‘nueva’ -aunque también antigua- noción de ‘salud’.
Esto coincide justamente con el objetivo fundamental del orden disciplinario y de
la biopolítica: ambos proyectos se encargan de la vida, buscando encauzarla, guiarla,
protegerla. Es decir, hacerla más productiva. Dos dispositivos de poder que buscan
administrar la vida, tanto la vida individual como colectiva.
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2- LAS NOCIONES
La noción de discurso, tomada en un sentido coloquial, implica lo que dice
alguien, lo que dice cualquiera. Son palabras, frases, un texto (oral o escrito). Pero
también se usa ese término para referirse a un conjunto de nociones específicas: así, se
habla de discurso político, discurso religioso, discurso científico. En el psicoanálisis se
habla de discurso del amor, discurso de la histeria, etc. Todos ellos refieren a un
conjunto de nociones - enunciados- que tienen un determinado nivel de articulación.
Esto conlleva un elemento fundamental: una determinada concepción del
lenguaje. Desde mediados del siglo pasado, el lenguaje pasó a ser un elemento
fundamental en la comprensión de los procesos humanos. Desde que se consolidó el
estructuralismo entre las ciencias sociales, hasta diversas aproximaciones filosóficas, la
palabra y el lenguaje ocuparon un lugar fundamental.
En ese contexto surgieron diversos pensadores que proponían una forma, un
nuevo concepto, que gravitó en los análisis hasta ese momento dominantes: el discurso.
Especialmente, en la filosofía, la lingüística, la sociología y el psicoanálisis ese
concepto comenzó a fundamentar muchas de sus propuestas
1
.
Aquí vamos a utilizar algunas nociones provenientes de distintos autores, pero nos
referiremos fundamentalmente a Michel Foucault (1926-1984), pues sus propuestas
parecen muy apropiadas para lo que nos interesa: una serie de fenómenos y dimensiones
ligadas por un lado a la salud y a la enfermedad, y por lo tanto a la medicina, y por otro
lado a la organización política de esos fenómenos y dimensiones. También a diversas
prácticas sociales que aparecen ligadas en el mismo sentido.
Hay que destacar que los estudios de Foucault fueron fuertemente influidos por su
mentor, Georges Canguilhem, (1904-1995), filósofo, médico y epistemólogo de la
ciencia, que realizó aportes fundamentales en el estudio de la práctica de la medicina.
Igualmente, sus aportes al debate entre medicina y filosofía son una referencia
inestimable en el campo de las prácticas críticas en relación con la salud (4, 5).
Foucault, filósofo francés que desarrolló sus escritos en la segunda mitad del siglo
pasado, abordó una multiplicidad de problemáticas propias de las ciencias sociales, de la
filosofía, como también de la política y de la ética. Este pensador posiblemente sea el
filósofo más influyente de finales del siglo XX, sus escritos han conmovido tanto el
campo de la filosofía, de la filosofía política, como el de las ciencias sociales. Prolífico
escritor con un estilo brillante, contribuyó a encendidos debates en los ámbitos
culturales y universitarios desde esos años hasta la actualidad.
Como ocurre con otros grandes pensadores, la aproximación a alguna de sus teorías
o conceptos, exige referirse a otros conceptos relacionados. Así, la referencia a
‘discurso’ aparece en estrecha relación con arqueología’, ‘saber’ ‘arqueología del
saber’, ‘archivo’, ‘enunciado’, ‘archivo’, ‘dispositivo’, ‘acontecimiento’. Nos
referiremos a ellos con el propósito de precisar el alcance y la función del ‘discurso’ en
su obra.
1
En el ámbito del psicoanálisis lacaniano la noción de discurso se convirtió en un concepto esencial, a partir
de Jacques Lacan, que le dio un alcance teórico y clínico fundamental (puede verse en Seminario 17, El
reverso del psicoanálisis, 1969-1970). En este artículo no abordamos esta extensión del concepto, pues
exigiría una extensión que nos alejaría del objetivo del mismo. Puede verse una elaboración de esta
perspectiva en algunos cursos nuestros, inéditos (realizados en el marco de la Agencia Lain Entralgo para la
Formación, Investigación y Estudios Sanitarios, de la Comunidad de Madrid, desde 2013 en adelante).
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Es importante destacar que, con un estilo muy particular, en sus textos va
desplegando sus descubrimientos teóricos de una forma que no era lineal. No realizaba
definiciones definitivas o cerradas de sus teorías ni de sus conceptos, volvía una y otra
vez sobre ellos. Es por ello que, a la hora de definir cualquier concepto, se encuentren
diversas aproximaciones a los mismos. Este autor se consideraba como un investigador,
realizaba investigaciones. Además de sus textos, mucho de lo que dijo ha sido recogido
en las múltiples entrevistas que realizó
2
.
En este artículo vamos a desplegar algunos de los conceptos y teorías
fundamentales en Foucault que nos parecen pertinentes para abordar la cuestión de la
epidemiología como una práctica que reclama cientificidad, que se organiza en tanto
discurso y que mantiene múltiples lazos con las instituciones universitarias, de
investigación, sanitarias y políticas.
Para ello creemos fundamental referirnos a la teoría foucaultiana sobre el
discurso. En ese empeño, este pensador realizó investigaciones acotadas sobre temáticas
particulares, que le llevaron a proponer una arqueología del saber. Ahí, el campo del
saber -diferenciado de conocimiento- se convertirá en uno de los ejes principales de
toda su propuesta filosófica. Años después sus indagaciones le llevarán a buscar el
enraizamiento de las prácticas de saber en otro terreno, el del poder, convirtiendo, a su
vez este nuevo ‘descubrimiento’, en fundamental. Así, ambos ejes, saber y poder, serán
los fundamentos que le servirán para continuar con distintas propuestas de
investigación. Las que han tenido más divulgación son las investigaciones sobre el
gobierno, el liberalismo y las teorizaciones sobre la disciplina y la biopolítica
3
.
3- DISCURSO
Veamos una primera aproximación a la noción de discurso, término que conforma
uno de los temas centrales en el pensamiento de Foucault.
Para ello, tomamos algunas cuestiones expuestas por Paul Veyne, un arqueólogo e
historiador francés, amigo de Foucault. Así dirá que “el ‘discurso’, a pesar de su nombre
engañador, es lo que no es dicho por sus usuarios o sus víctimas, al revés del empleo
usual de este término, que tiende a reemplazar al de ideología. Lo presupuesto de todo
lo que podría ser pensado y dicho en una época dada, en un dominio dado, tiene dos
2
Una enumeración cronológica de sus principales escritos en los que da cuenta de esta conceptualización es
la siguiente: Historia de la locura en la época clásica (1961); El nacimiento de la clínica. Una arqueología
de la mirada médica (1963); Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas (1966); La
arqueología del saber (1969); El orden del discurso (1970). Luego vendrán las obras donde realizará un
desplazamiento hacia la problemática del poder: Vigilar y castigar (1975). A partir de aquí se encuentran los
trece cursos dictados en el Colegio de Francia. Finalmente; continuará la Historia de la sexualidad, escritos
que no llegarían a su conclusión. A todo lo mencionado, se agregan las múltiples conferencias y entrevistas.
Esta amplitud de textos, basta para mostrar la dificultad de sintetizar sus teorías y conceptos. Es por ello que
existen múltiples estudios que conforman una especie de diccionario de sus obras.
3
En general, los filósofos, aunque van cambiando sus propuestas a lo largo de su elaboración (por eso se
habla de etapas, momentos, etc.) mantienen sus hipótesis principales. No es claro que esto haya sido así en el
caso de Michel Foucault. Después de la época de los análisis sobre poder -investigaciones sobre el gobierno,
el liberalismo, teorías sobre la disciplina y la biopolítica-, hace un giro y se refiere a las posibles prácticas
que podrían indicar una crítica a los dispositivos de poder y de saber. Se propuso escribir una Historia de la
sexualidad, que fue publicando por partes. Lo que llamó el “cuidado de sí”, en una recuperación de las
propuestas griegas y la ética, conforman sus temas finales.
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características. Es singular, lo veremos, y es raro, puesto que cada época dice y ve lo
que ella puede percibir a través de las orejeras de sus discursos”. “El discurso no es
absolutamente otra cosa que un vocabulario y una gramática, que permiten a cada uno
formar un número ilimitado de frases, decir libremente todas las verdades, percibirlas
soberanamente. ‘Mi problema -escribía Foucault- podría enunciarse así: ¿cómo puede
ser que en una época dada se pudiera decir esto y que eso otro jamás haya sido
dicho?’”(6).
Esta referencia a lo dicho por Veyne nos permite delimitar algunas cuestiones de
lo que constituye y delimita el discurso. Siempre se trata de algo singular, categoría que
es fundamental en toda la obra del filósofo. Por otra parte, es fundamental la dimensión
de la discontinuidad, problemática que Foucault irá abordando en todos sus
planteamientos.
Como hemos dicho, Foucault no da ninguna definición unívoca de sus conceptos.
Como recurso pedagógico, recurrimos a comentadores de su obra que realizan una
suerte de síntesis de esos conceptos, quizá perdiendo en su alcance, pero ganando en su
acotamiento.
Retomamos el texto de Veyne: “Qué es entonces el discurso? Es lo que la gente
hace realmente, por oposición a lo que una ilusión perpetua de generalidad y de
racionalidad hace creer que hace. Lo que quería decir Foucault era bastante simple, pero
lo ha dicho de muchas maneras y siempre confusamente: ha hablado de ‘discursos’, de
‘práctica discursiva’, de ‘presupuestos’, de epistéme’, de ‘a priori histórico’ así como
de ‘enunciado’ en una exposición laboriosa de La arqueología del saber. Más que un
comentador ha escrutado ese vocabulario y fundado una crítica sobre eso: más que las
palabras que emplea Foucault, mejor valdría considerar, creo, la cosa de la que habla, a
saber, que en toda época, los pensamientos, conocimientos, las palabras, escritas o
prácticas de un grupo humano se acantonan dentro de estrechos límites”. Y como cierre
de esta acotada descripción, agrega: “Los contemporáneos ignoran esos límites, no ven
el frasco en el que están encerrados, ni incluso que hay frasco: al contrario, esos
cautivos del discurso creen desplegarse libremente en la verdad y la razón”(7).
Una delimitación que hace Foucault: “En cuanto al término discurso, del que se ha
usado y abusado aquí en sentidos muy diferentes… el término de discurso podrá quedar
fijado así: conjunto de los enunciados que dependen de un mismo sistema de formación,
y así podré hablar del discurso clínico, del discurso económico, del discurso de la
historia natural, del discurso psiquiátrico”(8).
En un brillante texto dedicado a Foucault, otro filósofo contemporáneo suyo,
Gilles Deleuze, explicita algunas cuestiones fundamentales en cuanto al discurso, no en
su variante crítica, sino en su aspecto propositivo. Se refiere al que denomina como “un
nuevo archivista” y como un “nuevo cartógrafo”, en relación a los desarrollos hechos en
La arqueología del saber y Vigilar y castigar, el análisis genealógico del poder.
Veamos algunas de sus consideraciones sobre la noción de enunciado, elemento
fundamental en el discurso.
Deleuze considera que "el nuevo archivista anuncia que ya sólo considerará
enunciados. No se preocupará de lo que de mil maneras preocupaba a los archivistas
precedentes: las proposiciones y las frases"(9). En cuanto a las frases, "una frase niega
otras, impide otras, contradice o reprime otras frases, de suerte que cada frase se ve
todavía engrosada con todo lo que no dice, con un contenido virtual o latente que
multiplica su sentido y que se presta a la interpretación, formando un ‘discurso
oculto’"(10). Esta noción de enunciado no remite a ningún sujeto trascendente ni a
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ningún cogito que pudiera sostenerlo; según Foucault, se apoya en su propia real, un
enunciado es real, afirma. Y sólo el enunciado puede ser repetido (a diferencia de las
frases, que no se repiten, sino que derivan unas en otras, de forma infinita).
De esta forma, en un análisis que lo diferencia de cualquier análisis lingüístico o
estructural, Foucault propondrá el enunciado como el elemento fundamental en el
discurso. No se trata de los signos, las proposiciones o las frases, que pueden estar
incluidas en el mismo, aunque no necesariamente. Y las ‘familias’ de enunciados son las
que constituyen las formaciones discursivas.
Intentemos ahora una mínima aproximación al complejo concepto de enunciado.
Para ello, daremos un rodeo en otras cuestiones que aparecen muy relacionadas con ese
concepto.
En una exposición inicial de lo que le interesa desarrollar en La arqueología del
saber, Foucault indica los conceptos que le interesa trabajar: discontinuidad, ruptura,
umbral, límite, serie, transformación. Todo ello acarrea diversos problemas teóricos que
tratará en ese texto. Y precisa que esos problemas los tratará en un campo particular, en
una serie de disciplinas inciertas, que se conocen como historia de las ideas, o del
pensamiento, o de las ciencias, o de los conocimientos. Es decir, se referirá a lo que se
conoce como ciencias humanas, es decir, a ciencias no totalmente constituidas.
Plantea que la primera tarea de la arqueología es negativa, liberarse de nociones
que enfatizan en el tema de la continuidad. Entre otras, la noción de tradición, de
influencias, de desarrollo, de evolución, de “mentalidad”, de “espíritu”. Todas ellas
buscan o suponen la unidad de los discursos. También otras categorías cumplen esa
función, tales como el autor, el libro, la obra. A ellas se ha referido tanto en sus textos
anteriores como en éste, donde se extiende ampliamente en sus especificidades.
Cree que al suspender esas formas de continuidad aparece un dominio: “Un
dominio inmenso, pero que se puede definir: está constituido por el conjunto de todos
los enunciados efectivos (hayan sido hablados y escritos), en su dispersión de
acontecimientos y en la instancia que le es propia a cada uno”.
Y continúa: Antes de habérselas, con toda certidumbre, con una ciencia, o con
unas novelas, o con unos discursos políticos, o con la obra de un autor o incluso con un
libro, el material que habrá que tratar en su neutralidad primera es una multiplicidad de
acontecimientos en el espacio del discurso en general”(11).
Esos acontecimientos discursivos son los enunciados. De modo que al postular
como la base, como el fundamento, al enunciado, busca establecer “una descripción
pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la búsqueda de las
unidades que en ellos se forman”(12).
De esta forma Foucault postula un dominio de análisis constituido por todos los
enunciados efectivamente dichos o escritos, en su dispersión de acontecimientos y en su
singularidad.
Es necesario entonces, definir el nivel propio de la descripción arqueológica de los
enunciados. Foucault lo distingue del análisis que se ha hecho a partir de la historia del
pensamiento (la historia tradicional) y de la lingüística.
Los historiadores han buscado, a partir de los enunciados, la continuidad en los
hechos sucedidos, la intención del sujeto hablante. Frente a esa búsqueda de la
continuidad, la discontinuidad propia de los enunciados.
Por su parte, la lingüística trabaja con enunciados, pero busca establecer reglas
que permitirían construir nuevos enunciados. Para la arqueología la problemática es
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otra: no busca las reglas para construir nuevos enunciados, sino cómo ha sucedido que
sólo determinados enunciados hayan existido y no otros. Por ello, el enunciado no se
reduce a una proposición ni a una frase. Mantiene con ese nivel complejas relaciones,
pero se diferencia.
Foucault describe, pacientemente todas estas cuestiones, tanto en la relación del
análisis arqueológico con la historia de las ideas, como con la lingüística. Con ello va
definiendo el nivel propio del análisis que propone. No da una definición precisa de
enunciado, incluso dice que prefiere no ejemplificar, para poder desarrollar sus
argumentos con mayor libertad.
A pesar de ello, veamos de poder circunscribir algo de este complejo concepto. El
enunciado es el “átomo del discurso”(13). Simple y a la vez enigmática alusión, muestra
la cercanía y a la vez la diferencia con términos de la lingüística -y de la lógica- que
pueden confundirse con la idea del enunciado: las frases y las proposiciones.
El enunciado se articula sobre la frase o la proposición, pero no deriva de ellos. La
cuestión es inversa: las frases (analizadas por la gramática) y las proposiciones
(analizadas por la lógica) derivan del enunciado.
Otra cuestión que puede acercar esta idea de enunciado: se trata de una
proposición o de una frase que se considera desde sus condiciones de existencia, no
como una proposición o una frase. Como se ve, esta noción de enunciado es descrita por
la vía negativa. Pero en su aspecto afirmativo, en cuanto a lo que el enunciado es
efectivamente, la cuestión es muy diferente.
Como hemos dicho antes, Foucault plantea la diferencia en su propuesta de
análisis del discurso, la arqueología, tanto frente a las propuestas de la historia como de
la lingüística. Y dice que lo que plantea el análisis de la lengua consiste en preguntarse
por las reglas con las que se han construido tal o cual enunciados, y por ello, según qué
reglas podrían constituirse otros enunciados semejantes. Para el análisis arqueológico la
cuestión es muy distinta. La pregunta es: ¿cómo es que ha aparecido tal enunciado y
ningún otro en su lugar?
Por otra parte, la descripción arqueológica se opone a la historia de las ideas, del
pensamiento. Foucault considera que ese análisis es siempre alegórico, en relación con
el discurso que utiliza. Y su pregunta es, infaliblemente: ¿qué es lo que se decía en
aquello que era dicho? El análisis del campo discursivo, el de la arqueología es muy
distinto: “se trata de captar el enunciado en la estrechez y la singularidad de su
acontecer; de determinar las condiciones de su existencia, de fijar sus límites de la
manera más exacta, de establecer sus correlaciones con los otros enunciados que pueden
tener vínculos con él, de mostrar qué otras formas de enunciación excluye. No se busca
en modo alguno, por bajo de lo manifiesto, la garrulería casi silenciosa de otro discurso;
se debe mostrar por qué no podría ser otro de lo que era, en qué excluye a cualquier
otro, cómo ocupa, en medio de los demás y en relación con ellos, un lugar que ningún
otro podría ocupar”. Y finaliza: “La pregunta adecuada a tal análisis se podría formular
así: ¿cuál es, pues, esa singular existencia, que sale a la luz en lo que se dice, y en
ninguna otra parte?”(14).
Para finalizar este apartado, una breve anotación, propositiva y negativa: “Un
enunciado es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por
completo”(15).
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A partir de los años 50 se abría en Europa un intenso debate y una movilización
social y política muy importante, tanto por parte de sectores sociales críticos y también
de muchos intelectuales. Estaba en juego resolver lo que había abierto el final de la
guerra y la recomposición misma de la comprensión de lo acontecido. Un debate -en
algunos ámbitos, una crisis-, que en la filosofía y en las ciencias sociales suscitó la
emergencia de un conjunto de propuestas conocida como ‘estructuralismo’, una nueva
forma de entender tanto fenómenos sociales, culturales como políticos, que prioriza los
análisis de tipo lingüístico y postula la formalización de los hechos investigados. Frente
a ello, se alzaba el conjunto de explicaciones históricas o historicistas. Foucault se
pronuncia en contra tanto de los análisis formales -propios del estructuralismo y la
lingüística- como de las explicaciones dadas por los historiadores y la historiografía
tradicionales. Pero se situaba más cerca del estructuralismo que del historicismo.
Para ello propondrá lo que denomina una ‘arqueología’, un análisis arqueológico.
Una “arqueología del saber”, a distancia tanto del estructuralismo como de la tradicional
historia de las ideas.
Con la noción de arqueología, que remite a una idea de excavación, de búsqueda
de lo que hay debajo (aunque no oculto) buscará definir un método de análisis histórico.
Aunque dirá que “no se trata de transferir al dominio de la historia, y singularmente de
la historia de los conocimientos, un método estructuralista que ya ha sido probado en
otros campos de análisis”(16).
Un interés fundamental en Foucault es el análisis del lugar de las ciencias
humanas y su relación con lo que hoy se denomina la ciencia, las ciencias sin adjetivo,
las ciencias duras (biología, física).
Busca capturar tanto las dimensiones de la discontinuidad como la de la
singularidad en cada acontecimiento o suceder humanos. La discontinuidad ocupa un
lugar fundamental en sus propuestas, como algo evitado, sustraído por los análisis
históricos, fundamentados justamente en la búsqueda de la continuidad. Por ello, en sus
textos manifestará una fuerte crítica al análisis histórico dominante hasta en esos años,
que buscaba la explicación de los hechos acaecidos, mediante una búsqueda del sentido
y de la coherencia de los hechos. Todo esto se opone, paso a paso, al abordaje
foucaultiano.
Son numerosos los puntos de desacuerdo entre el análisis arqueológico y la
historia de las ideas. Entre ellos, la oposición que establece entre el ‘documento” y el
‘monumento’: “La arqueología […] no trata el discurso como documento, como signo
de otra cosa, como elemento que debería ser transparente pero cuya opacidad importuna
hay que atravesar con frecuencia para llegar, en fin, allí donde se mantiene en reserva, a
la profundidad de lo esencial; se dirige al discurso en su volumen propio, a tulo de
monumento. No es una disciplina interpretativa: no busca ‘otro discurso’ más escondido.
Se niega a ser ‘alegórica’”(17).
La contraposición entre la historia tradicional y la arqueología será uno de los
pilares de esa construcción. Puede precisarse algo de esto mediante las propias palabras
de su autor: “Digamos, para abreviar, que la historia, en su forma tradicional, se
dedicaba a ‘memorizar’ los monumentos del pasado, a transformarlos en documentos y
a hacer hablar esos rastros que, por mismos, no son verbales a menudo, o bien dicen
en silencio algo distinto de lo que en realidad dice. En nuestros días, la historia es lo que
transforma los documentos en monumentos, y que, allí donde se trataba de reconocer
por su vaciado lo que había sido, despliega una masa de elementos que hay que aislar,
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agrupar, hacer pertinentes, disponer en relaciones, constituir en conjuntos”(18).
Foucault deriva varias consecuencias de esta contraposición entre documento y
monumento. Entre ellas, destacan, el lugar mayor que tiene la noción de discontinuidad
en las disciplinas históricas. Lo discontinuo era impensable, se buscaba la continuidad
de los acontecimientos, una cronología continua de la razón, lo que conllevaba un fuerte
énfasis en la interpretación. Esto conlleva una dificultad importante frente a cualquier
intento de totalización.
También la idea de progreso queda aquí claramente desautorizada por el análisis
arqueológico. La historia de las ideas jurídicas, morales, incluso cotidianas se organizan
bajo una idea fundamental en la modernidad, la idea de progreso. Pero la idea de una
continuidad lineal en la historia, de etapas, de desarrollo son contrarios al análisis
arqueológico. Con ello, opera una destrucción de los presupuestos antropocentristas de
esa historia tradicional, de esa historia de las ideas. Sin embargo, el autor declara que
este tipo de análisis que propone la arqueología no autoriza a hablar de una
“estructuralización de la historia”.
Busca establecer, entonces, una clara diferencia entre estructura, historia de las
ideas y método arqueológico. Desarrollemos algo más en esta línea.
Al proponer la noción de monumento Foucault está proponiendo tomar al discurso
como significante, en su ofrecimiento a la mirada, en su efecto de superficie. Se opone a
la interpretación, buscando mantenerse en el análisis de la superficialidad de lo que se
ha dicho: los enunciados, en su dispersión. El enunciado se encuentra en la superficie.
Tampoco se trata de buscar su sentido oculto, de un abordaje hermenéutico. Se trata de
localizar sus elementos propios, para aislarlos, agruparlos, disponerlos en series.
Al contrario, no es el sujeto quien crea el discurso, sino éste quien constituye al
sujeto. Esta idea de sujeto, cercana a la propuesta tanto por el psicoanálisis como por la
etnología irá tomando forma a medida que avance la reflexión foucaultiana. De alguna
manera, podría buscarse la cercanía entre la noción de discurso en Foucault y la noción
de Otro en Lacan. Ambos conceptos constituyeron un elemento articulador fundamental
en cada una de esas arquitecturas conceptuales, ambas realizadas con el objetivo de
impulsar diversas prácticas.
Aunque estamos enfatizando en aquello que no es, no por ello el filósofo no deja
de ir explicitando, paso a paso y a la vez que marca la diferencia con la propuesta de la
historia y del estructuralismo, diversos niveles de por dónde discurre el análisis
arqueológico. Busca que una vez desmanteladas las categorías instaladas del análisis
histórico de los discursos, aparezca el enunciado en su dimensión material, en la
materialidad de lo dicho, del dictum. Esa materialidad está sustentada en los enunciados
-que pueden o no coincidir con las frases, con las palabras-.
Hemos visto antes que Deleuze, amigo de Foucault, lo caracterizaba como un
nuevo archivista. Esta idea de archivo es fundamental en todo el desarrollo de la
positividad de las nociones de discurso y de arqueología del saber, muy distante del
desarrollo en que Foucault se dedicó a desmarcar sus propuestas de los análisis
históricos y estructurales. Ahora bien, ¿qué es un archivo?
5- ARCHIVO
La arqueología adopta como campo de análisis, la descripción del ‘archivo’. Y por
ello Foucault entiende “el conjunto de los discursos efectivamente pronunciados” que
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posibilitan la aparición de otros discursos ya sea en su funcionamiento, transformación
o devenir.
Una clave en la intención del filósofo es la ruptura con el concepto tradicional de
historia de las ideas. Para ello, usa el concepto de ‘archivo’, en cuyo interior se incluye
la totalidad de los enunciados de una época. No pretende realizar un análisis del
discurso al estilo de la historia tradicional o del estructuralismo (lo que buscarán otros
pensadores e investigadores) sino explorar sus condiciones de producción.
El archivo reúne el conjunto de los enunciados que operan como condición de
posibilidad de los discursos.
Así, el archivo no remite a la suma de los documentos que una cultura dada
guarda como testimonio y memoria de su pasado, ni tampoco a las instituciones
encargadas de conservarlos. Como dirá Foucault, “El archivo es en primer lugar la ley
de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparición de los enunciados como
acontecimientos singulares”(19). En otras palabras, es el sistema de las condiciones
históricas de la posibilidad de los enunciados.
De esta forma, el archivo comprende el conjunto de enunciados dichos en el
interior de las “prácticas discursivas” y a la vez, regulan la aparición de enunciados
como “acontecimientos discursivos”, o sea, regulan la producción de lo nuevo. Es decir
que por un lado el archivo rige la aparición de los enunciados singulares, los
acontecimientos singulares, y a la vez, es la ley de la regularidad de las cosas dichas. En
síntesis, el archivo reúne lo nuevo dicho o hecho, y lo ya establecido, ya dicho. Lo dicho
histórico, y lo que se dice, presente, actual.
Con esta noción de ‘archivo’ Foucault busca definir el espacio y el tiempo en que
se expresan las diversas prácticas que hacen aparecer una multiplicidad de enunciados,
que son objeto de tratamiento y manipulación.
La construcción o elaboración del archivo (de lo dicho y de lo hecho) en un
determinado período requiere tener en cuenta las prácticas, las teorías e instituciones
que forman un conjunto de lo que el autor llama ‘huellas verbales’, de las que habría
que realizar un inventario. Aunque, como se dijo antes, no es posible realizar el archivo
de la totalidad de lo sucedido, el inventario del conjunto de los discursos de una
determinada época.
Sólo es posible realizar el archivo de formaciones o dominios discursivos
concretos. Como ejemplo pueden darse las investigaciones hechas por el propio
filósofo, y la forma en que él mismo construyó esos archivos: la locura, la medicina, la
delincuencia, la sexualidad.
En resumen, para Foucault, la arqueología es la ciencia del archivo de una época.
Es un análisis del discurso en su modalidad de archivo.
Para concluir con esta aproximación a la noción de discurso a través de la
construcción del archivo, es importante delimitarlo en su propia existencia: el sujeto, el
individuo no es el autor o creador del discurso, sino que su alcance y operatividad
remite a una serie de prácticas discursivas y extradiscursivas.
Más precisamente, el discurso no es el producto de una actividad racional de un
sujeto, no es un invento de un sujeto, su obra, su filosofía, etc. Al contrario, es un
conjunto de reglas anónimas, determinadas histórica y geográficamente, que definen las
condiciones en que se ejerce la función enunciativa en un área determinada (social,
económica, geográfica, política).
La arqueología es una modalidad del análisis del discurso: “La arqueología, como
yo la entiendo, no está emparentada ni con la geología (como análisis de los subsuelos)
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ni con la genealogía (como descripción de los comienzos y las sucesiones); es el análisis
del discurso en la modalidad del archivo(20).
6- SABER
Una vez planteada la centralidad del concepto de discurso, y en su interior, la
noción de archivo, conviene ver ahora la relación entre la arqueología como método
histórico para analizar los discursos y el saber, una dimensión crucial en todo el
planteamiento de Foucault, desde el inicio hasta el final de su toda su obra.
Como hemos visto, la arqueología desarrolla un recorrido muy diferente al de la
historia de las ideas y al de los análisis estructurales. El filósofo dirá que: “En lugar de
recorrer el eje conciencia-conocimiento-ciencia (que no puede ser liberado del índice de
la subjetividad), la arqueología recorre el eje práctica discursiva-saber-ciencia”. Y
continúa el texto: “Y mientras la historia de las ideas encuentra el punto de equilibrio de
su análisis en el elemento del conocimiento (hallándose así obligada, aun en contra
suya, a dar con la interrogación trascendental) la arqueología encuentra el punto de
equilibrio de su análisis en el saber, es decir en un dominio en que el sujeto está
necesariamente situado y es dependiente, sin que pueda figurar en él jamás como titular
(ya sea como actividad trascendental, o como conciencia empírica)”(21).
Algunas precisiones: en vez del eje conciencia-conocimiento-ciencia, se propone
otro eje: práctica discursiva-saber-ciencia. Constituye un apretado resumen de mucho de
lo dicho en la obra del autor. Frente a la primacía de la conciencia, a la consideración
del conocimiento en relación con los valores de lo verdadero y de lo falso, desde donde
se arriba al máximo del conocimiento, el científico, se levanta la propuesta de
arqueología. Su eje transcurre desde la práctica discursiva (el conjunto articulado de los
enunciados efectivamente dichos) al saber, constituyendo así un campo de prácticas
discursivas y no- discursivas donde las ciencias tienen un lugar determinado, vecino a
otras formas de saber. El saber científico es uno entre otros. Otros cuyo grado de
cientificidad es variable. Y otros saberes más lejanos de la propia ciencia, no por ello
menos efectivos en la producción de efectos.
Así, hay saberes que son independientes de las ciencias, que no son ni su esbozo,
ni sus restos desechados, y que tampoco prefiguran su futuro. Y si bien una práctica
discursiva no es una ciencia, tampoco conforma un conjunto de conocimientos
unificados alrededor de un sujeto como su ‘obra’. Una práctica discursiva específica
constituye un dominio de saber en el que puede encontrarse (o no) una determinada
ciencia. El saber es condición de posibilidad de la ciencia, y no al revés. El saber es
propio, constitutivo de un discurso, mientras que la ciencia constituye un elemento en el
interior de determinado discurso.
Se impone entonces la pregunta: ¿qué es el saber?, ¿qué es el saber en esta
gigantesca construcción que ha realizado Foucault, mediante la reunión erudita de
distintas fuentes provenientes de la historia, la filosofía, la literatura, la psicología y la
sociología?
Y ahí, la epidemiología, como una parte, un segmento, un elemento de
determinadas prácticas discursivas, que participa de un saber, tiene un determinado
umbral de cientificidad. Más logrado o menos, sus elaboraciones y propuestas participan
de un saber, y quizá, han superado diversos niveles de cientificidad. En otras palabras,
¿el saber epistemológico es científico? No se trata de una pregunta metafísica, sino de
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una pregunta posible en el marco de las investigaciones sobre la arqueología del saber.
Y en ese sentido, en el sentido de la constatación de la existencia de la epidemiología
como un saber, con un determinado nivel de cientificidad (que tendrá que ser
determinado por diversos actores), ¿cómo se inscribe en los dispositivos de poder? Hay
que tener en cuenta aquí las propuestas foucaultianas de la imbricación profunda entre
los dispositivos de saber y los dispositivos de poder, entre las prácticas discursivas y las
extradiscursivas.
Retomemos el desarrollo sobre los conceptos foucaultianos.
Como hemos dicho, la arqueología toma al saber como su objeto propio de
análisis, no a la ciencia. El saber es la condición de posibilidad de la ciencia, y son
irreductibles uno a la otra. Más aún, existen saberes que no dependen de ninguna
ciencia. Una práctica discursiva crea un saber determinado que pod posibilitar la
ciencia. Esto, por otra parte, no implica que el saber sea una preciencia, o que prefigure
una ciencia del futuro. Eso correspondería, en todo caso, al sueño positivista: lograr que
la ciencia llegue a conocer el todo.
Como hemos dicho antes, “saber” define, precisamente, el objeto de la
arqueología. Foucault procede, como es su costumbre, definiendo lo que un concepto no
es, lo pone en contraposición con otros, cercanos. Y comienza con una pregunta con un
cariz sospechoso; se pregunta sobre qué relación hay entre la arqueología y el análisis
de las ciencias(22). Procede refiriéndose a la posibilidad de que la arqueología se limite a
describir unas seudociencias (como la psicopatología), unas ciencias en estado
prehistórico (como la historia natural), o unas ciencias penetradas por la ideología
(como la economía política). Es decir, intentará dilucidar si el análisis arqueológico se
referirá siempre a lo casi científico.
Aquí se juega tanto la apuesta del historiador de las discontinuidades como el
epistemólogo que no se rinde a los análisis formales y estructurales. Apuesta que va
permitiendo esbozar también la voluntad de una reflexión que no sólo es especulativa
sino que también indagará en las posibilidades de acción, en qué hacer.
Así formulará, sucesivamente, que: 1) la arqueología no describe disciplinas; 2) el
saber no es el esbozo de una ciencia futura; y 3) el saber no sólo no es un precedente o
antecedente respecto de la ciencia, ni tampoco constituye una alternativa. Da ejemplos
muy precisos de estas especificaciones sobre el saber y la arqueología: en el primer
caso, toma como ejemplo la disciplina psiquiátrica, en el segundo, toma de ejemplo la
historia natural y en el tercero, la medicina clínica. Iremos desarrollando estas tesis, que
sirven para delimitar el complejo concepto de saber que intenta delimitar el filósofo.
1) Su respuesta: Si se llama ‘disciplina’ a los conjuntos de enunciados que se
realizan a partir de modelos científicos, pero que aún no han alcanzado el estatuto de
ciencias, postula que la arqueología no describe disciplinas. Las disciplinas pueden
servir como punto de partida para el análisis arqueológico, pero no determinan sus
límites
4
.
Como dijimos, el ejemplo que Foucault toma aquí es el de la aparición de la
4
“Si se llama ‘disciplinas’ a unos conjuntos de enunciados que copian su organización de unos modelos
científicos que tienden a la coherencia y a la demostratividad, que son admitidos, institucionalizados,
transmitidos y a veces enseñados como unas ciencias, ¿no se podría decir que la arqueología describe unas
disciplinas que no son efectivamente unas ciencias, en tanto que la epistemología describiría unas ciencias
que han podido formarse a partir (o a pesar) de las disciplinas existentes? A estas preguntas se puede
responder por la negativa. La arqueología no describe disciplinas” (La arqueología del saber, 1969, pág.
299).
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psiquiatría, de la disciplina psiquiátrica en el siglo XIX, algo que abordó en su Historia
de la locura (1961). Lo que hizo posible su aparición, los cambios conceptuales, fue “un
juego de relaciones entre la hospitalización, la internación, las condiciones y los
procedimientos de la exclusión social, las reglas de la jurisprudencia, las normas del
trabajo industrial y de la moral burguesa […] todo un conjunto que caracteriza […] la
formación de sus enunciados”(23). Pero esta práctica no solo aparece en los textos que
tienen estatuto y pretensión científica, sino también en textos jurídicos, en expresiones
literarias, en reflexiones filosóficas, en decisiones políticas, en frases cotidianas, en
opiniones.
Foucault da como ejemplo de esto el caso de la aparición de la disciplina
psiquiátrica en los inicios del siglo XIX. Lo que hizo posible los cambios conceptuales
fue el juego de relaciones entre la hospitalización, la internación, los procedimientos de
exclusión social, la jurisprudencia, la moral burguesa, las normas del trabajo. Todos
estos elementos son trabajados con detenimiento por el filósofo. Dicho de otra forma, lo
que caracteriza a la práctica discursiva conocida como ‘disciplina psiquiátrica’ no sólo
aparece en los textos que tienen un estatuto científico, sino también en los textos
jurídicos, en las expresiones literarias, en reflexiones filosóficas, en decisiones políticas,
en las opiniones populares, etc(24).
Además, no existía ninguna disciplina previa o precedente a partir de la cual se
habría desarrollado la disciplina psiquiátrica. En la época clásica no existía una
disciplina autónoma, y aunque esa práctica discursiva se hallaba incluida en la
medicina, también se hallaba en los reglamentos administrativos, en textos literarios o
filosóficos, pero no se corresponde con ninguna disciplina definida que se pueda
comparar a la medicina.
En conclusión, el objeto de la arqueología, el saber, no es simplemente la
contrapartida de una disciplina institucionalizada.
2) Ante la pregunta de si el saber -las formaciones discursivas, el discurso-,
pueden ser el esbozo de ciencias futuras, la respuesta es igualmente negativa. Lo que se
ha conocido como la Historia natural, nunca encerró lo que podría valer como el esbozo
de una ciencia de la vida, no fue el proyecto de una historia de la vida. Al contrario, su
disposición -de acuerdo al análisis del autor- excluía la posibilidad de pensar el
concepto decimonónico de vida. En el mismo sentido, la formación discursiva que fue
descrita como la Gramática general, tampoco da cuenta de lo que pudo decirse en la
época clásica sobre el lenguaje, y cuya herencia podría encontrarse, después en la
filología. Dice Foucault: “Las formaciones discursivas no son las ciencias futuras en el
momento en que, inconscientes todavía de mismas, se constituyen sigilosamente: no
se hallan, de hecho, en un estado de subordinación teleológica en relación con la
ortogénesis de las ciencias”(25).
3) El saber no sólo se encuentra en una relación lógica de precedencia respecto de
la ciencia, sino que tampoco constituye una alternativa. Foucault encuentra aquí lo que
denomina como un contraejemplo. A partir de considerar que la medicina, ciertamente,
no es una ciencia, como saber ha dado lugar a discursos que deben ser considerados
como ciencia, por ejemplo, la anatomía patológica. La medicina, esta no-ciencia no es
exclusiva de la ciencia, durante el siglo XIX ha establecido relaciones definidas entre
ciencias perfectamente constituidas, como la fisiología, la química o la microbiología. Y
más aún, ha dado lugar a discursos como el de anatomía patológica, al que no se le
puede dar el título de falsa ciencia(26).
En definitiva, la conclusión parece clara: “No se pueden, pues, identificar las
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formaciones discursivas a ciencias ni a disciplinas apenas científicas, ni a esas figuras
que dibujan de lejos las ciencias por venir, ni en fin a unas formas que excluyen desde
los comienzos toda cientificidad”(27).
Podemos ya plantear lo que Foucault formula como proposición positiva: qué es
el saber. Su proposición: “A este conjunto de elementos formados de manera regular por
una práctica discursiva y que son indispensables a la constitución de una ciencia,
aunque no estén necesariamente destinados a darle lugar, se le puede llamar saber”(28).
Y procede a enumerar algunas delimitaciones del saber:
1) Un saber es aquello de lo que se puede hablar en una práctica discursiva (el
dominio constituido por los diferentes objetos).
2) Un saber es el espacio en que el sujeto puede tomar posición para hablar de los
objetos (posición subjetiva). En este punto Foucault da una demostración interesante del
tema en relación con la medicina clínica: “… el saber de la medicina clínica es el
conjunto de las funciones de mirada, de interrogación, de desciframiento, de registro, de
decisión, que puede ejercer el sujeto del discurso médico”(29).
3) Un saber es el campo de coordinación y de subordinación de los enunciados en
que los conceptos aparecen, se definen, se aplican y se transforman.
4) Un saber se define por posibilidades de utilización y de apropiación de los
discursos (el saber no sólo es el conjunto de lo dicho, sino también sus puntos de
articulación e influencia en otros discursos o prácticas no discursivas).
Para concluir en esta aproximación sobre lo que es el saber, dirá: “Existen saberes
que son independientes de las ciencias (que no son ni su esbozo histórico ni su reverso
vivido), pero no existe saber sin una práctica discursiva definida; y toda práctica
discursiva puede definirse por el saber que forme”(30).
Y propone distinguir cuidadosamente los dominios científicos y los territorios
arqueológicos, su corte y sus principios de organización son completamente
distintos(31). Los territorios arqueológicos pueden atravesar unos textos “literarios”, o
“filosóficos” tan bien como unos textos científicos. El saber no entra tan sólo en las
demostraciones; puede intervenir igualmente en ficciones, reflexiones, relatos,
reglamentos institucionales y decisiones políticas”(32).
“Y las ciencias aparecen en el elemento de una formación discursiva y sobre un
fondo de saber”(33).
Una síntesis apretada sobre la noción de saber, desarrollada en el texto que
estamos comentando, La arqueología del saber, es sin embargo expuesta en otro texto,
en la “Respuesta al Círculo de Epistemología” (1968), escrito previamente a la
publicación de La arqueología del saber. Como ya hemos dicho, el filósofo no daba
definiciones definitivas sobre las nociones que iba creando, y al exponerlas una y otra
vez, los matices que introducía, en ocasiones, eran importantes: “El saber no es una
suma de conocimientos, ya que de estos siempre tenemos que poder decir si son
verdaderos o falsos, exactos o no, aproximados o definidos, contradictorios o
coherentes. Ninguna de estas distinciones es pertinente para describir el saber, que es el
conjunto de elementos (objetos, tipos de formulación, conceptos y elecciones teóricas)
formados, a partir de una misma y única positividad, en el campo de una formación
discursiva unitaria”(34).
Queda planteada con claridad la relación entre el saber y el conocimiento. Ya
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hemos expuesto, anteriormente, la relación entre ciencia y saber. Es clara la
contraposición entre los dos ejes que menciona Foucault en La arqueología del saber,
en cuanto a los ejes que dan cuenta del conocimiento científico y del saber propio de la
arqueología: uno radica en la serie conciencia-conocimiento-ciencia y el otro en la serie
práctica discursiva-saber- ciencia. En un caso se trata del sujeto de la conciencia, en el
otro de la primacía del discurso sobre el sujeto.
7- GENEALOGÍA. GENEALOGÍA DEL PODER
Desde Las palabras y las cosas a La arqueología del saber, Foucault se desliza de
una supuesta autonomía del discurso a otorgar una importancia creciente a los
elementos extradiscursivos en la regulación del discurso. Aun así, mantiene la
importancia central del nivel discursivo, que se presenta irreductible a las instituciones y
a los procesos económicos y sociales. Así, y en relación con la formación de los objetos
científicos no solamente intervienen relaciones discursivas sino también otras, de
instituciones diversas. Si bien la categoría del poder nunca estuvo ausente en sus
investigaciones (desde Historia de la locura, hasta Las palabras y las cosas), es a partir
de La arqueología del saber cuando esa dimensión se diferencia y va cobrando cada vez
más peso en el edificio conceptual foucaultiano. Así, y a partir de la ‘arqueología del
saber’, Foucault se ve conducido a hacer el tránsito hacia la ‘genealogía del poder’.
Un elemento existente en las prácticas discursivas servirá de apoyo para la
consideración del poder, el “análisis genealógico”. Foucault afirmaba que algunos
acontecimientos sociales ayudaron en este desplazamiento de énfasis. Por un lado, el
movimiento conocido como “el Mayo francés” en 1968, y por otro sus actividades en
torno a los movimientos reivindicativos de los derechos de los presos.
Eso señala el desplazamiento de la arqueología a la genealogía, de la arqueología
del saber a la genealogía del poder.
Foucault se apoyará en su lectura de Nietzsche como algo que posibilitó ese
pasaje. En un texto dedicado a la genealogía y a Nietzsche explícita su elaboración de la
noción de genealogía. Así, dirá que “la genealogía no se opone a la historia como la
visión de águila y profunda del filósofo en relación a la mirada escrutadora del sabio; se
opone por el contrario al despliegue metahistórico de las significaciones ideales y de los
indefinidos teleológicos. Se opone a la búsqueda del ‘origen’”(35).
La genealogía no se interroga por el origen de las ideas o de las significaciones,
sino que se interroga sobre cómo esas ideas emergen como un producto de relaciones de
fuerza o de poder.
Será en Vigilar y castigar (1975) donde Foucault desarrollará sus tesis centrales
sobre la importancia y la vigencia de la ‘genealogía del poder’. Allí comienza a
desarrollar una relación nueva entre prácticas discursivas y prácticas extradiscursivas. El
desarrollo mayor lo realiza en relación a las prácticas discursivas en relación con el
concepto de delincuencia, de delito, mientras que las prácticas extradiscursivas lo serán
en relación con la prisión.
De ese modo, las prácticas extradiscursivas (la prisión y todo el entramado
institucional a su alrededor) inciden sobre las prácticas discursivas, sobre el discurso,
sobre los enunciados, en la noción del delito y la delincuencia. Ambas prácticas
aparecen entrelazadas.
En este texto Foucault propone un detallado análisis de la propuesta de Jeremy
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Bentham sobre el panóptico o máquina de ver sin ser visto. Este dispositivo panóptico,
descrito en innumerables detalles de su funcionamiento, busca dar cuenta del intento de
la modernidad emergente -los revolucionarios franceses- de cambiar el status dado a los
delincuentes, donde se intenta cambiar la política del castigo por una política de
reeducación, de rehabilitación. Busca transformar a los delincuentes en seres
disciplinados, dóciles y adaptados al orden social. El panoptismo -así le denomina el
mismo Foucault- se refiere a ambos tipos de prácticas, discursivas y extradiscursivas. Y
encontrará que dicho dispositivo disciplinario no sólo se puede ver en la cárcel, sino que
se extiende a otros ámbitos institucionales: el hospital, la escuela, la fábrica, el cuartel,
todas ellas sostén del Estado y del orden social en su conjunto. Es muy ilustrativa la
forma en que el filósofo concluye con su análisis del panoptismo: “¿Puede extrañar que
la prisión celular con sus cronologías ritmadas, su trabajo obligatorio, sus instancias de
vigilancia y de notación, con sus maestros de normalidad, que relevan y multiplican las
funciones del juez, se haya convertido en el instrumento moderno de la penalidad?
¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a
los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?”(36).
Como se ha dicho antes, las categorías relacionadas con el poder, si bien aparecen
y se consolidan como un eje en el modelo de análisis inventado por Foucault a partir de
Vigilar y castigar, no estaban ausentes en sus investigaciones anteriores: en Historia de
la locura y en El nacimiento de la clínica ya planteaba una estrecha relación entre los
espacios extradiscursivos del hospital psiquiátrico y de la medicina clínica y los
discursos psiquiátricos y médico clínico, respectivamente.
Y en relación con su posición crítica en la política, afirmaba que había elegido
esos dos campos (psiquiatría y medicina) justamente por su relativa fragilidad científica,
para poder observar la relación entre prácticas discursivas y prácticas extradiscursivas,
de orden institucional, social, técnico, político. Creía que sería un proceso más visible
que si se observaba lo que sucedía en la física teórica y en la química orgánica.
Adelantándose de alguna manera a lo que encontraría en su indagación sobre las
prisiones, y en las relaciones del poder y la dominación, Foucault comienza a proponer
otra dimensión en sus análisis: el lugar de la verdad. En una serie de conferencias que
dicta en Brasil en 1972, editadas luego como “La verdad y las formas jurídicas”, tomará
como eje las ideas de Nietzsche, para quien el conocimiento aparecería como “la
centella que surge del choque de dos espadas”. Y afirma, en consonancia con Nietzsche
en relación con el conocimiento verdadero, que “no hay en el conocimiento una
adecuación al objeto, una relación de asimilación, sino que hay, por el contrario, una
relación de distancia y dominación; en el conocimiento no hay nada que se parezca a la
felicidad o al amor, hay más bien odio y hostilidad: no hay unificación sino sistema
precario de poder. En este texto de Nietzsche se cuestionan los grandes temas
tradicionales de la filosofía occidental”(37).
La verdad se revela como una confrontación entre fuerzas, una lucha de impulsos
y deseos. Con ello se aleja tanto de la noción aristotélica de verdad (la adecuación entre
el mundo y el sujeto), como de una idea de armonía o de bienestar.
La verdad es entendida aquí como producto de un conflicto, como producto de los
regímenes discursivos. Su producción se debe a múltiples imposiciones (algo que
abordaremos en el próximo apartado); cada sociedad produce su propio régimen de
verdad. Y se lo que llama ‘juegos de verdad’, aludiendo a la idea de choque, de
enfrentamiento, los que establezcan el valor de verdad de los enunciados. Todo esto va
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desde las verdades científicas, administradas por las instituciones hasta las verdades
filosóficas, éticas, económicas, etc.
Se advierte así la idea de poder que Foucault ha ido desarrollando en sus
investigaciones e indagaciones teóricas: el poder como relación, la idea de fuerzas en
pugna, la política, y su imbricación con los ‘juegos de verdad’.
8- DISCURSO Y PODER
Es en El orden del discurso (1970) donde el filósofo inicia el giro en su
teorización sobre el poder, que irá desarrollando desde ese momento en adelante. Pero
este texto muestra con claridad el alcance del cambio operado en la metodología que
utiliza: de un énfasis epistemológico a un énfasis político. En el centro de ello, la
problemática del poder.
Veamos esto. En La arqueología del saber se planteaba la cuestión entre las
prácticas discursivas y las prácticas no discursivas. El enfoque era de orden
epistemológico, el eje lo constituían las prácticas discursivas, y la forma en que se
podían articular con las prácticas no discursivas.
En cambio, en El orden del discurso el problema es de orden político, se centra en
los procedimientos de exclusión, limitación y control del discurso. Aquí se pone en
juego “la voluntad de verdad”, dimensión que cobrará suma importancia en el desarrollo
foucaultiano a partir de este momento. Foucault se apoyará en las elaboraciones de
Nietzsche sobre el problema de la verdad para avanzar en sus investigaciones.
Inicia su conferencia planteando una pregunta que guiará todo su desarrollo: “Pero
¿qué hay de tan peligroso en el hecho de que la gente hable y de que sus discursos
proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto el peligro?” Y plantea su hipótesis
de partida: “supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez
controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen
por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y
esquivar su pesada y temible materialidad”(38).
Los procedimientos de control del discurso son divididos en tres grupos.
En primer lugar, aquellos cuya función es la de ‘exclusión’, constituyen
procedimientos de exclusión externa, y se ponen en juego desde el exterior del discurso.
Foucault destaca tres de ellos: 1) ‘la prohibición’ (no se tiene derecho a decirlo todo,
cualquiera no puede hablar de cualquier cosa; prohibición de decirlo todo si no se posee
una posición social determinada; discrimina a los hablantes; etc.); 2) la oposición entre
razón y locura (se rechaza el discurso del loco, que tiene un lenguaje enfermo o
anormal);
3) la escisión entre lo verdadero y lo falso como resultado de una ‘voluntad de verdad’
(predominio de la ciencia dentro de una jerarquización del saber, que establece la
validez de la palabra). Es decir, tres grandes sistemas de exclusión que afectan al
discurso, la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad(39).
Agrega que existen muchos otros procedimientos de control y delimitación del discurso.
Los tres nombrados se ejercen desde el exterior, funcionan como sistemas de exclusión,
y conciernen a la parte del discurso que pone en juego el poder y el deseo(40).
En segundo lugar, los procedimientos de ordenación interna del discurso. Internos
pues son los discursos mismos los que ejercen su propio control. Son “procedimientos
que juegan un tanto en calidad de principios de clasificación, de ordenación, de
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distribución, como si se tratase en este caso de dominar otra dimensión del discurso:
aquella de lo que acontece y del azar”(41).
Foucault destaca varios: 1) el ‘comentario’ (que al imprimir la identidad de la
repetición, conjura el azar, la novedad, la peligrosidad de lo dicho); 2) complementario
al anterior, también contribuye al enrarecimiento del discurso, se refiere al ‘autor’, no
considerado como el individuo que habla o ha escrito un texto, sino como principio de
agrupación del discurso, como foco de su coherencia (reconduce a un foco común y
unitario las inquietantes posibilidades del discurso); 3) la disciplina, que traza límites
estrictos a la producción de discursos. Por ejemplo, quedaría en los márgenes toda
aquella proposición que aun siendo ‘verdadera’, no esté en el ‘espacio de verdad’ fijado
por la disciplina. Se opone a los dos anteriores, al comentario y a la función del autor.
En tercer lugar, procedimientos que limitan el acceso de los sujetos al discurso, las
posibilidades de uso del mismo: comunicación e intercambio. Así, “existe un tercer
grupo de procedimientos que permite el control de los discursos. No se trata esta vez de
dominar los poderes que éstos conllevan, ni de conjurar los azares de su aparición; se
trata de determinar las condiciones de su utilización, de imponer a los individuos que los
dicen cierto número de reglas y no permitir de esta forma el acceso a ellos a todo el
mundo […] enrarecimiento, esta vez, de los sujetos que hablan; nadie entrará en el
orden del discurso si no satisface ciertas exigencias o si no está, de entrada, cualificado
para hacerlo”(42). Entre ellos se encuentran, 1) el ritual (define las cualidades y
conductas que han de adoptar los hablantes); 2) las sociedades de discurso (restringen a
determinados círculos el intercambio discursivo); 3) las doctrinas religiosas, políticas,
filosóficas (que agrupan a los individuos en torno a un conjunto de enunciados
admitidos, definen el lugar de la ortodoxia, más allá del cual se produce el rechazo y la
heterodoxia); 4) la educación (el caso del sistema institucional educativo que encauza
según líneas definidas y estrictas el acceso a los discursos): “Todo sistema de educación
es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los
saberes y los poderes que implican”(43).
Pueden destacarse tres cuestiones que se derivan de los procedimientos de
exclusión que se dan en los discursos, referentes a: 1) la concepción negativa y
represiva del discurso; 2) la negatividad del poder; y 3) la cuestión de la ‘voluntad de
verdad’.
1) Este resumen apresurado de los procedimientos de exclusión que se dan en los
discursos evidencian, más allá de la dispersión de sus argumentos, la existencia y
persistencia de implacables mecanismos del control de los discursos, de la circulación
de la palabra, y muestran el control que se ejerce sobre los individuos (y los grupos y las
instituciones). En el conjunto de lo desarrollado hasta aquí, nos encontramos muy lejos
de una definición ingenua de la noción de discurso. También lejos de una concepción
filológica o lingüística del mismo.
2) Ahora bien, hasta ahora vemos en Foucault una idea negativa del poder, que
prioriza lo que frena, lo que detiene, lo que controla. A partir de este análisis, comenzará
un progresivo despliegue en otra dirección, en una consideración positiva, productiva,
del mismo. Buscará indagar no sobre lo que el poder impide, sino sobre lo que impulsa,
sobre lo que produce. Pero este análisis le permitirá avanzar en una crítica que parece
más sólida que las críticas negativas hacia el poder.
La idea de que el poder impulsa unas prácticas discursivas que limitan a los
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individuos, otorgándoles su impronta hasta niveles antes impensados será uno de los
desarrollos más importantes que haga Foucault a partir de esta consideración sobre el
poder.
La idea represiva del poder, que supone a las prácticas como limitadoras,
excluyentes, será abandonada por Foucault. Pasará de enfatizar en lo que el poder
reprime para ocuparse en lo que el poder produce. Esta es la positivización del poder.
Por el contrario, lo que puede denominarse el orden se entiende entonces como
represivo, ya que se trata de que el azar quede excluido.
3) Corresponde ahora acercarnos a las cuestiones en relación con la verdad, con la
‘voluntad de verdad’. Al plantear el problema como práctica de poder y a la vez como
sistema de exclusión, Foucault recupera los análisis de Historia de la locura. En Las
palabras y las cosas y en La arqueología del saber las referencias a la cuestión de la
verdad se colocaban en un plano epistemológico, discursivo, y ajeno a la oposición
verdadero-falso. En Historia de la locura, dicha cuestión de la verdad ocupa otro lugar,
esta vez en relación con los mecanismos de exclusión (la oposición locura-razón, la
exclusión del loco, etc.). Pero fundamentalmente se propone aquí la perspectiva
histórica por lo que ese corte entre locura y razón se coloca en relación con la verdad.
Sin embargo, los conceptos nietzscheanos de ‘voluntad de saber’ y ‘voluntad de verdad’
no aparecían, ni las prácticas de poder se vinculaban al campo discursivo. Recién en El
orden del discurso es donde se da esta presencia de la impronta nietzscheana.
Es a partir de El orden del discurso cuando los efectos de poder asociados a la
verdad, cuando el poder que la verdad inviste se harán patentes.
¿Cuál es la problemática en juego? No en que la verdad no sea tal, que la verdad
de una proposición o de un enunciado sean arbitrarios, sino de algo de otro orden. Se
trata de analizar históricamente la verdad en tanto que ‘voluntad de verdad’, buscando
capturar cómo impone sus exigencias a los discursos. Entre otros ejemplos, esto puede
verse en el sistema penal que buscará fundarse en las ciencias humanas -en el saber
médico, sociológico o psicológico-
5
.
El problema no radica en el contenido de lo dicho como verdadero o no, sino que
se trata de tomarlo en su materialidad, no tanto como significado sino como ‘cosa’.
Así, la denuncia nietzscheana es seguida por Foucault, y entre los tres
procedimientos de exclusión mencionados será el tercero, la “voluntad de verdad”, el
hegemónico. Y los dos primeros, ‘la prohibición’ y ‘la separación de la locura, la
oposición entre razón y locura’, han ido virando hacia esa voluntad de verdad. Llegado
a este punto del desarrollo de sus investigaciones, Foucault calificará esa voluntad de
verdad como una “prodigiosa maquinaria destinada a excluir”(44).
Hasta aquí vamos viendo cómo la categoría de poder, lejos de haber estado
ausente en las primeras obras de Foucault tenía ya una presencia considerable; aunque
es verdad que, de alguna manera, inadvertida por su mismo inventor. El orden del
discurso, en 1970, marca el viraje que abrirá el espacio para desplegar la relación entre
el saber y el poder, entre los discursos y las prácticas de poder.
De forma fragmentaria, los trece cursos dictados por Foucault en el Colegio de
5
“Si se llama ‘disciplinas’ a unos conjuntos de enunciados que copian su organización de unos modelos
científicos que tienden a la coherencia y a la demostratividad, que son admitidos, institucionalizados,
transmitidos y a veces enseñados como unas ciencias, ¿no se podría decir que la arqueología describe unas
disciplinas que no son efectivamente unas ciencias, en tanto que la epistemología describiría unas ciencias
que han podido formarse a partir (o a pesar) de las disciplinas existentes? A estas preguntas se puede
responder por la negativa. La arqueología no describe disciplinas” (La arqueología del saber, 1969, pág.
299).
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Francia (1971-1984), a partir de la lección inaugural, El orden del discurso, irán
mostrando el movimiento y el despliegue de esas categorías, arqueología y genealogía,
discursividad y poder. El filósofo irá pasando, progresivamente del énfasis en el análisis
del orden discursivo, conjurador del azar a colocar como centro de su trabajo (derivado
esto de su acercamiento a las propuestas nietzscheanas) al problema de la verdad. En la
lectura que Foucault hace de Nietzsche, se postula el conocimiento siempre interesado,
resultado de un compromiso frágil entre instintos y deseos, donde la verdad es efecto de
una falsificación. Esta es la perspectiva nietzscheana de análisis de la voluntad de saber.
Es esa perspectiva abierta por Nietzsche la que desarrollará Foucault en sus
investigaciones y en sus obras: la categoría del poder (como relación, como campo de
fuerzas) en una compleja relación con el saber. Se tratará del eje poder-saber (o
viceversa), de su mutua e irrenunciable imbricación.
9- EL EJE SABER-PODER
La arqueología y la genealogía buscan subvertir el orden del discurso, más allá de
sus constricciones y exclusiones. Intentan restituirle su condición de acontecimiento
(para alejarse de la noción de la historia tradicional, que postula y busca la continuidad
de los procesos). Es decir, frente al dominio de la “voluntad de verdad” (y sus efectos de
engaño), busca cuestionarlo y reconocer en el discurso su cualidad de ‘acontecimiento’
(con lo que abre las posibilidades de intervención social y política).
En una clase de 1976, en el curso “Hay que defender la sociedad” (publicada
inicialmente en castellano como “Genealogía del racismo”), Foucault plantea una serie
de cuestiones fundamentales en la relación entre saber y poder, entre arqueología y
genealogía. En un desarrollo laborioso y complejo busca dar cuenta de lo que cree ha
venido ocurriendo en los últimos años.
Cree encontrar, en el período de los años en que comenzaron sus investigaciones,
dos fenómenos a destacar. En primer lugar, lo que llama “la eficacia de la ofensiva
dispersa y discontinua” de algunos acontecimientos (discursivos y no discursivos).
Recurre a varios ejemplos: entre ellos, los intentos de obstaculizar el funcionamiento de
la institución psiquiátrica, los discursos de la antipsiquiatría. También se refiere a lo que
parece ser una rebelión contra la moral y la jerarquía tradicionales (hace referencia a
Reich y a Marcuse), en una conexión con el problema de la justicia y de las clases
sociales. Por último, y con algo que sirve como muestra para ver la idea de dispersión
de los enunciados y de los distintos puntos de emergencia de un discurso, hace
referencia a la eficacia de un libro, el Antiedipo (escrito por el filósofo y amigo, Deleuze
y el psiquiatra y psicoanalista Guattari), que habría conmovido el campo del saber
relacionado con el psicoanálisis. También constata una creciente crítica a las
instituciones, las prácticas y los discursos establecidos, “especialmente los más
familiares, los más sólidos y los más cercanos a nosotros”. Una alusión a lo sucedido
después del mayo 68, cuando surgieron muchas expectativas de cambio. A todo ello le
llama “la crítica discontinua, concreta y local”.
En segundo lugar y junto a la eficacia de esa crítica, cree haber constatado el
declive, la suspensión de las explicaciones universalistas, totales, para dar cuenta de los
avatares sociales y culturales. Encuentra un efecto inhibitorio en esas explicaciones, a
las que llama teorías totalitarias, globales (totalitarias en el sentido de totalizadoras),
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refiriéndose en primer lugar al marxismo y en segundo lugar al psicoanálisis. Y aunque
esas teorías globales siguen intentando colocar sus propuestas, han tenido un efecto de
freno.
Algo que caracteriza lo sucedido es lo que llama el carácter “local” de la crítica
6
.
Rechaza las posibles críticas de empirismo ingenuo; muy al contrario, considera que ese
carácter local de la crítica indicaría una producción teórica autónoma, no centralizada,
que no necesita de las normas comunes para afirmar su validez.
Y destaca que esa crítica local, dispersa y discontinua se haya realizado a través
de lo que denomina “retornos del saber”. Estos retornos del saber permitieron que los
contenidos históricos que habían sido sepultados y enmascarados en los discursos hayan
hecho eclosión en lo que define como la ‘insurrección de los saberes sometidos’.
A lo que había llamado la “eficacia de la ofensiva dispersa y discontinua” viene a
sumarse otra manifestación de la crítica. Lo formula con una expresión muy precisa: “la
insurrección de los saberes sometidos”.
Por un lado, el concepto de “saberes sometidos” se refiere a “los contenidos
históricos que han estado sepultados, enmascarados en el interior de coherencias
funcionales o en sistematizaciones formales”(45), es decir, a lo que puede llamarse
coloquialmente, los saberes ‘oficiales’, admitidos, normalizados.
Ejemplifica esto en la crítica efectiva del manicomio y de la prisión, cree que no
ha sido por los aportes de los estudios semiológicos sobre la vida manicomial, o por los
de la sociología de la delincuencia, sino que esa crítica se debe a la emergencia de
determinados contenidos históricos que mostraron los enfrentamientos y la lucha que las
organizaciones y los amaños funcionales buscan ocultar. “Los saberes sometidos son
esos bloques de saberes históricos que estaban presentes y soterrados en el interior de
los conjuntos funcionales y sistemáticos, y que la crítica ha hecho reaparecer,
evidentemente a través del instrumento de la erudición”. Es decir, una crítica a la
historia tradicional, a la concepción de la historia que contribuye al desconocimiento de
los acontecimientos efectivamente producidos. Y por otra parte, una reivindicación del
método arqueológico, que busca poner en cuestión esa concepción de lo sucedido. Por
eso menciona la erudición, aludiendo al trabajo meticuloso, fatigoso y extenso del
método (que se apoya en los archivos).
Por otro lado, los “saberes sometidos” también se refieren a los saberes calificados
como incompetentes, insuficientemente elaborados, ingenuos, inferiores
jerárquicamente (en relación a una cientificidad exigible). Esos saberes bajos,
descalificados (del psiquiatrizado, del enfermo, del médico, saberes paralelos y
marginales al de la medicina) constituyen lo que llama “saberes de la gente” (“un saber
específico, local, regional, un saber diferencial incapaz de unanimidad, que debe su
fuerza a la dureza que lo opone a lo que le rodea”). La crítica se ha operado mediante la
operación de estos saberes.
Hasta aquí, vemos lo que Foucault denomina la “insurrección de los saberes
sometidos”. Unifica, coloca en la misma categoría al conocimiento histórico meticuloso,
erudito, exacto y a los saberes locales, singulares, saberes de la gente común que fueron
6
Foucault utiliza términos que, si bien describen también circunscriben. Aquí, “local”, no sólo tiene una
connotación geográfica, regional, sino también en oposición con la noción de totalidad, de completud. Busca
diferenciarse de la idea universalista (propia de la ciencia) y del cerramiento del sentido (las teorías
totalitarias o totalizadoras).
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relegados y dejados de lado. Así, dirá que “este acoplamiento entre los saberes
soterrados de la erudición y los descalificados por la jerarquía del conocimiento y de la
ciencia se ha verificado realmente y es lo que ha dado su fuerza esencial a la crítica
efectuada en los discursos de estos últimos quince años”(46). Puede encontrarse aquí una
referencia foucaultiana cercana a una importante tesis marxista, si bien desde otro lugar
teórico y práctico: la relación estrecha entre los saberes eruditos (propio de lo que
podría llamarse los intelectuales críticos) y esos otros saberes, las memorias locales
(propias de las clases populares). Lejos de una idea de la vanguardia (una importante
propuesta marxista), al contrario, habla de una confluencia estratégica en esta crítica al
saber. De ahí la idea de “insurrección de los saberes sometidos”.
La pregunta reside, entonces, sobre qué constituye tanto ese saber de la erudición
como esos saberes bajos y descalificados, en tanto dos formas de saberes sometidos o
soterrados. Y sostiene que se trataba del “saber histórico de las luchas”(47). Se trata de un
redescubrimiento conjunto de la lucha y una memoria directa de los enfrentamientos. De
sujetos que participaron, efectivamente en las luchas sociales, y de sujetos críticos,
investigadores de esos campos discursivos.
Foucault cree que se ha perfilado algo que puede llamarse si no una genealogía,
investigaciones genealógicas múltiples, que buscan “el redescubrimiento conjunto de la
lucha y memoria directa de los enfrentamientos”. Esto le permite acuñar una definición
nueva: Llamamos genealogía al acoplamiento de los conocimientos eruditos y de las
memorias locales que permite la constitución de un saber histórico de la lucha y la
utilización de ese saber en las tácticas actuales”(48). Se ocupa de aclarar, una vez más,
que es una definición provisional.
En un intento de precisar este nuevo acercamiento a su concepto principal, dirá
que la genealogía no busca oponer “a la unidad abstracta de la teoría la multiplicidad
concreta de los hechos”, ni de descalificar el conocimiento científico mediante un
conocimiento banal. Es decir, es la relación entre teoría y práctica (algo fundamental en
todo pensamiento que intente buscar efectos en su dominio) la que aparece en primer
lugar: ni empirismo ni positivismo. Foucault es muy explícito: “En realidad se trata de
hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados,
contra la instancia teórica unitaria que pretende filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en
nombre del conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que está detentada
por unos pocos”(49). Concluye con estas argumentaciones caracterizando a las
genealogías como anti-ciencias
7
.
La insurrección de los saberes no se refiere tanto a los contenidos (ni a los
métodos ni a los conceptos) sino sobre todo a los efectos del saber centralizador que,
promovido por las instituciones y el funcionamiento de un discurso científico
dominante. La precisión y el alcance de la crítica genealógica es contundente: “Y en el
fondo importa poco que esta institucionalización del discurso científico se incardine en
una Universidad o, de un modo más general, en un aparato pedagógico, o en una
institución teórico- comercial como el psicoanálisis, o en un aparato político con todas
sus referencias como en el caso del marxismo: la genealogía debe dirigir la lucha contra
los efectos de poder de un discurso considerado científico”(50).
A partir de esta serie de líneas que muestran el intento genealógico, Foucault
afirma que la genealogía constituye una tentativa de liberar a los saberes históricos del
sometimiento, de hacerlos capaces de oposición y de lucha frente a la coacción del
7
La idea de anticiencias será referida a las ciencias humanas, como la medicina, la sociología, la psicología,
el psicoanálisis. No se trata de una descalificación sino de una puesta en contraposición con la ciencia.
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discurso científico, formal y universalista o totalizador. En sus términos: “La genealogía
sería, pues, oposición a los proyectos de una inscripción de los saberes en la jerarquía
del poder propia de la ciencia, una especie de tentativa para liberar a los saberes
históricos del sometimiento, es decir, hacerlos capaces de oposición y de lucha contra la
coacción de un discurso teórico, unitario, formal y científico. La reactivación de los
saberes locales -menores, diría Deleuze- contra la jerarquización científica del
conocimiento y sus efectos intrínsecos de poder: éste es el proyecto de esta genealogía
en desorden, fragmentaria”(51). Una contundente y precisa delimitación del alcance y
extensión del tema abordado, la genealogía, la genealogía del poder.
Y para concluir con este nuevo acercamiento a sus conceptos fundamentales, dirá:
“la arqueología sería el método propio de los análisis de las discursividades locales, y la
genealogía la táctica que a partir de estas discursividades locales así descritas, pone en
movimiento los saberes que no emergían, liberados del sometimiento”(52).
Saberes sometidos, luchas en el ámbito discursivo e institucional, rebelión frente
al sometimiento, delimitan el marco en que Foucault inscribe sus dos grandes
elaboraciones en relación al saber y el poder. Un análisis histórico y epistemológico,
conceptual y buscando enraizarse en las prácticas.
Para concluir este artículo, vale la pena repasar algo de lo dicho. Comenzamos
hablando de discurso y pasamos después a hablar del saber. Y de arqueología del saber.
Eso nos condujo a hablar del poder. Apareció así la relación entre saber y poder.
Esto permite una línea de análisis de algunos fenómenos contemporáneos.
A partir de aquí, habría que retornar a lo que se planteó al inicio: la Epidemiología
como discurso. Y en ese sentido se trataría de ver la epidemiología como una práctica
discursiva (y no discursiva), que se sostiene en diversos dispositivos de saber y ocupa
diversos lugares en las prácticas propias del poder, instituciones políticas, universitarias,
sanitarias. Quizá estas notas introductorias puedan colaborar en esa tarea.
Para finalizar, una breve referencia a una intención de Foucault en cuanto al
destino que esperaba para sus obras: “… desearía que mis libros sean una especie de
caja de herramientas, donde otros puedan rebuscar y encontrar una herramienta que
puedan utilizar como quieran, en su propia área. […] No escribo para un auditorio,
escribo para usuarios, no lectores”(53).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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2 Canguilhem, G. Lo normal y lo patológico. Buenos Aires: Siglo XXI; 1971.
3 Canguilhem, G. El conocimiento de la vida. Barcelona: Anagrama; 1976.
4 Canguilhem, G. Ideología y racionalidad en la historia de las ciencias de la vida:
nuevos estudios de historia y de filosofía de las ciencias. Buenos Aires: Amorrortu;
2005.
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5 Canguilhem, G. Escritos sobre la medicina. Buenos Aires: Amorrortu; 2004.
6 Veyne, P. Un arqueólogo escéptico. En: D. Eribon, comp. El infrecuentable Michel
Foucault, renovación del pensamiento crítico. Buenos Aires: Letra Viva; 2004. pág.
34.
7 Op. Cit. pág. 25.
8 Foucault, M. La arqueología del saber. México: Siglo XXI; 1978. pág. 181.
9 Deleuze, G. Foucault. Buenos Aires: Paidós; 1987. pág. 27.
10 Op. Cit., pág. 28.
11 Foucault, M. La arqueología del saber. México: Siglo XXI; 1978. pág. 43.
12 Op. Cit., pág. 43.
13 Op. Cit., pág. 133.
14 Op. Cit., pág. 45.
15 Op. Cit., pág. 46.
16 Op. Cit., pág. 25.
17 Op. Cit., pág. 233.
18 Op. Cit., pág. 10.
19 Foucault, M. La arqueología del saber. México: Siglo XXI; 1978. pág. 219.
20 Foucault, M. Sobre las maneras de escribir la historia. En: Castro, E, editor. Michel
Foucault ¿qué es usted, profesor Foucault? Sobre la arqueología y su método. Buenos
Aires: Siglo XXI; 2013. pág. 166.
21 Foucault, M. La arqueología del saber. México: Siglo XXI; 1978. pág. 307.
22 Op. Cit., pág. 299.
23 Op. Cit., pág. 300.
24 Op. Cit., pág. 300.
25 Op. Cit., pág. 303.
26 Op. Cit., pág. 303.
27 Op. Cit., pág. 304.
28 Op. Cit., pág. 306.
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87
29 Op. Cit., pág. 306.
30 Op. Cit., pág. 307.
31 Op. Cit., pág. 307.
32 Op. Cit., pág. 308.
33 Op. Cit., pág. 309.
34 Foucault, M. Respuesta al Círculo de Epistemología. En Castro, E, editor. Michel
Foucault ¿qué es usted, profesor Foucault? Sobre la arqueología y su método. Buenos
Aires: Siglo XXI; 2013. pág. 255.
35 Foucault, M. Nietzsche, la genealogía, la historia. En: Varela J y Álvarez-Uría F,
editores. Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta; 1992. pág. 8.
36 Foucault, M. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid: Siglo XXI; 1978.
pág. 230.
37 Foucault, M. La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedisa; 1998. pág. 27.
38 Foucault, M. El orden del discurso. Buenos Aires: Fábula; 2005. pág. 14.
39 Op. Cit., pág. 23.
40 Op. Cit., pág. 25.
41 Op. Cit., pág. 25.
42 Op. Cit., pág. 38.
43 Op. Cit., pág. 45.
44 Op. Cit., pág. 24.
45 Foucault, M. Curso del 7 de enero de 1976. En: Varela J y Álvarez-Uría F, editores.
Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta; 1992. pág. 128.
46 Op. Cit., pág. 129.
47 Op. Cit., pág. 128.
48 Op. Cit., pág. 130.
49 Op. Cit., pág. 130.
50 Op. Cit., pág. 130.
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51 Op. Cit., pág. 131.
52 Op. Cit., pág. 131.
53 Foucault, M. Prisiones y asilos en el mecanismo del poder. En: Dits et Ecrits
II. París: Gallimard; 1994. pág. 524.